Las palabras del sabio son agradables; los labios del necio causan su propia ruina (Eclesiastés 10:12).
CUANDO SE ENTERÓ DE QUE SU HIJA ESTABA EMBARAZADA, tomó su auto ya toda la velocidad fue a ver al novio de ella. Sentía enojo, coraje, impotencia, dolor. ¿Cómo era posible que su única hija haya quedado embarazada sin estar casada? ¿Por qué manchaban el nombre de su familia así? ¿Qué dirían en la iglesia, cuando siempre habían tenido la fama de ser una familia intachable? Al llegar adonde residía el joven, lo primero que le gritó fue: «¡Querías vengarte porque yo no aprobaba tu noviazgo con mi hija! Lo lograste». En esa discusión, este hombre alterado dijo una cantidad de impropios que hirieron profundamente a su futuro yerno.
Días más tarde, cuando el novio de la hija conversaba conmigo, con lágrimas en sus ojos me dijo: «Yo sé que él lo tomó como un agravio personal, pero yo no hice nada en su contra. Yo amo a su hija. El trato de controlarse para no agredirme personalmente, pero yo hubiera preferido que me pegue un puñetazo en vez de recibir los insultos. Las palabras que me grito todavía me lastiman».
No resulta sencillo contener las palabras en momentos de ira, cuando se experimenta una injusticia o cuando nos insultan. La reacción casi natural es devolver «con la misma moneda». Sin embargo, a través de las Escrituras vemos que nuestra manera de hablar revela a quién tenemos en nuestro corazón.
Entonces, ¿qué hacer si el vocabulario no está identificado con el cielo? Recurrir a Jesús, para que su Espíritu haga la obra purificadora en el corazón y esa obra sea palpable a través de los labios. «Toda persona, que haya sido visitada por los rayos brillantes del Sol de Justicia, revelará la obra del Espíritu de Dios por medio de la voz, la mente y el carácter. La maquinaria funcionara como si estuviera aceitada y dirigida por una mano maestra. Habrá menos fricción, cuando el espíritu del obrero reciba el aceite de las dos ramas de oliva. Mediante palabras de bondad, ternura, amor y estímulo, serán impartidas influencias santas a los demás» (Elena G. White, La voz: su educación y uso correcto , p. 130).
Por voluntad divina, estás a punto de comenzar con las labores de este día. Antes de hacerlo, abre tu corazón a Dios en oración y pídele que su Santo Espíritu ponga en tus labios palabras «llenas de gracia».