“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud” (Gálatas 5:1).
El tema de la libertad se debate en diversos foros; hablan de ella los eruditos en la materia, y también las personas comunes como tú y yo. Jóvenes y ancianos, desde diferentes escenarios, levantan la voz exigiendo libertad. Lo cierto es que la libertad fue un regalo de Dios a sus criaturas, al cual renunciamos voluntariamente cada vez que decidimos dejar de depender del Señor. No nos damos cuenta de que, al hacerlo, nos encadenamos a un poder que nos somete, llevándonos a perder ese valiosísimo tesoro llamado libertad.
Esta es una razón por la que muchas mujeres vivimos en las cárceles psicológicas del miedo, la ansiedad y la amargura. Intentando ser “libres” de una manera independiente a Dios, construimos muros infranqueables que no solo nos separan de Dios, sino también de los demás. Limitamos así nuestra actuación a un escenario pobre, miserable y estrecho donde solo sobrevivimos, sin disfrutar la emoción de vivir una vida plena en Cristo Jesús. Alguien dijo: “Hay muchas personas que sueñan con la libertad pero siguen enamoradas de sus cadenas”. ¡Qué acertado!
La libertad que Dios nos ofrece no es el libertinaje irresponsable de quienes desean hacer lo que les venga en gana, sean cuales fueren las consecuencias. La mujer libre en Cristo tiene frente a ella un escenario de enormes oportunidades de crecimiento personal. La libertad en Dios nos permite llegar a “ser” lo que él quiere que seamos, sin intentar parecernos a nadie.
La mujer que escoge ser libre:
Sueña sus sueños con Dios.
Ama sin ataduras de dolor.
Pone límites para preservar su integridad y dignidad.
Ejerce su autonomía.
Expresa sus emociones, sin lastimar a nadie.
Es auténtica y original.
No permite que la empujen a hacer lo que va en contra de sus principios.
Busca el bien en ella y en los demás.
Comienza y termina su día agradeciendo las bendiciones recibidas.
Amiga, escoge ser libre, con esa libertad que rompe cadenas, pero que a la vez pone límites saludables para asegurar su permanencia en Dios.