Sábado 4 de Junio – Un mundo sin violencia – Matinal Jóvenes

Nadie hará mal ni daño alguno en ninguna parte de mi santo monte, la tierra estará saturada del conocimiento porque del Señor, así como las aguas cubrirán el mar (Isaías 11:9).

AL TERMINAR LA VISITA PASTORAL, le pregunté a Rosita si tenía algún motivo de oración. Su respuesta fue clara: «Que Dios le dé a mi hijo la capacidad de aceptar la muerte de mi nieto». Se estaba por cumplir un año del fallecimiento de ese muchacho de diecinueve años y ella sabía que los aniversarios recrudecen los tristes recuerdos y la angustia se apodera nuevamente del corazón. Ese joven, que solo salió de su hogar para ver qué estaba pasando en la calle, recibió una bala perdida que terminó con su vida. Murió en los brazos de su padre y fue una nueva víctima de la violencia social.

Desde que el hombre transgredió la ley divina, la violencia estuvo presente en toda la naturaleza creada. Bien al principio, Caín, dominado por los celos, potencia los efectos desbastadores de la violencia quitándole la vida su propio hermano. A partir de ese momento, toda la tierra se vio envuelta en guerras, tumultos, pleitos y peleas, quitando la paz de aquellos que fueron hechos a imagen de Dios.

En un ensayo sobre la violencia en la Argentina, el abogado Miguel Ángel Pierri plantea una posible solución para instaurar la paz y de esa manera erradicar la violencia social. Luego de una redacción detallada sobre el tema, se expresa: «Para lograr edificar un nuevo contrato social, como sociedad debemos restaurar el valor de la palabra, enriquecer el diálogo y el diseño, y cambiar patrones normativos» (Miguel A. Pierri, Cuando todo es violencia …, p. 181).

A diferencia de Pierri, las Sagradas Escrituras plantean la erradicación de la violencia de dos maneras: en primer lugar, Dios poblando este mundo con personas que estarán llenos «del conocimiento del Señor». En este tiempo, solo el mensaje del evangelio aceptado de corazón y vivido de manera cotidiana, llevará paz a los hogares, a las ciudades, a los países y al mundo entero. En el futuro, solo aquellos que le hayan permitido al Espíritu obrar con su poder transformador, podrán disfrutar viviendo en el paraíso terrenal.

En segundo lugar, Dios recreará todo: plantas, animales y al hombre como lo fue en el Edén antes del pecado. Así como lo profetizó Isaías, el lobo estará junto al cordero, el leopardo con el cabrito y el becerro junto al león (Isa. 11:6-7) y ninguno de ellos pensará en hacerle daño al otro. Nuestro mundo será sin violencia otra vez.

¡Qué reconfortante es saber que podemos formar parte de ese paraíso si nos entregamos completamente a Jesús!

Radio Adventista

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