Así que, hijo mío, escúchame y haz lo que voy a ordenarte (Génesis 27: 8).
REBECA FUE UNA MUJER TEMEROSA DE DIOS, pero no supo esperar a que Dios obrara en la vida de su familia y quiso «ayudar» a Dios. A través de un ángel le había sido dada la promesa de que su hijo Jacob recibiría la bendición prometida a Abraham ya Isaac (Gén. 25:22-23). Lo que nunca imaginó era que su esposo se opondría a esa revelación y que prepararía todo para bendecir a Esaú.
Estando Isaac anciano y ciego, le pidió a su primogénito Esaú que trajera algún animal de su caza, que lo guisara y luego le daría la bendición prometida. Cuando Rebeca escuchó lo que Isaac se proponía, le sugirió a Jacob un plan engañoso a fin de apoderarse de la herencia espiritual. Jacob obedeció a la sugerencia de su madre, y así, a través del engaño, obtuvo la bendición de la primogenitura.
«Jacob y Rebeca triunfaron en su propósito, pero por su engaño no se granjearon más que tristeza y aflicción. Dios había declarado que Jacob debía recibir la primogenitura y si hubiera esperado con confianza hasta que Dios obrara en su favor, la promesa se habría cumplido a su debido tiempo. Pero, como muchos que hoy profesan ser hijos de Dios, no quisieron dejar el asunto en las manos del Señor. Rebeca se arrepintió amargamente del mal consejo que había dado a su hijo; pues fue la causa de que quedara separada de él y nunca más volviera a ver su rostro» (Elena G. White, Patriarcas y profetas , p. 179, énfasis añadido).
De la experiencia de Rebeca podemos sacar claras enseñanzas para nuestra vida espiritual. Una de ellas, nunca debemos dar lugar a nuestra impaciencia o poca fe. El Señor no necesita recurrir al pecado para que sus propósitos se realicen. Cuando Dios decida obrar, cambia las circunstancias de la historia y su voluntad siempre se cumple.
En segundo lugar, Dios siempre cumple sus promesas. Rebeca dudó de la palabra de Dios y se dejó llevar por las circunstancias del entorno familiar que parecían ir en contra de la voluntad divina. Pero su poca fe la llevó a privarse de Jacob, su hijo favorito, hasta el día de su muerte. Por eso siempre debemos recordar que Dios no cambia y que todo lo que prometió en las Escrituras tiene cumplimiento fiel.
Al comenzar con este día de labores, pidámosle en oración a Dios que aumente nuestra fe. Confiar plenamente en sus promesas nos ahorrará amargos resultados a lo largo de la vida.