Sábado 26 de noviembre. Matutina damas – Ten el valor de equivocarte

Sábado 26 de noviembre. Matutina damas – Ten el valor de equivocarte

«Echa sobre Jehová tu carga y él te sostendrá; no dejará para siempre caído al justo» (Sal. 55: 22, RV95).

“Es preferible fiarse de la persona que se equivoca a menudo que de la que no duda nunca”. Francis Scott Fitzgerald

¿CÓMO TE SIENTES cuando te das cuenta de que has metido la pata, de que no has hecho bien algún trabajo que te han pedido, de que has dicho la palabra inadecuada en el momento inadecuado, de que has enviado un mensaje a la persona incorrecta, de que has cometido un error grave; en fin, de que no has estado a la altura de lo que tú misma esperabas de ti?

No me alcanzan los dedos de las manos y los pies juntos y multiplicados por diez para contar el número de veces en que a mí me ha pasado algo de este estilo. Primero llega la vergüenza, que se siente como una bofetada en la cara; luego el orgullo herido, que deriva en ganas de desaparecer para que nadie me vea; posteriormente los pensamientos negativos del tipo «soy incapaz de hacer las cosas bien», «no soy tan buena como fulanita o menganita», «nunca aprenderé a hacerlo todo perfectamente». Finalmente llega la cordura y me digo: «¡Detente, Mónica! Por ahí no vayas. Aprende a romper la cadena, pues no conduce a ningún lugar más que al desánimo». Y la verdad, no me gusta sentirme desanimada.

He aprendido con el paso del tiempo a extraer lo mejor posible de lo que estas experiencias de la vida enseñan. En primer lugar, me enseñan que no soy la única; todos, alguna vez, nos equivocamos grandemente. No es que el mal de muchos sea mi consuelo, pero me ayuda a mirarme a mí misma con ojos más benévolos. ¡Soy humana! Y de los humanos se esperan conductas humanas. En segundo lugar, me llevan a Dios y, solo por eso, las doy por buenas, porque «podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón» (Sal. 73:26, NVI).

Dios quiere que me humille delante de él, ahora solo falta que yo sepa encajar las dosis de humildad como lo que son, un camino hacia una mayor dependencia del Padre, en lugar de permitir que me conduzcan al desánimo, que es la obra del enemigo de las almas. Pedir perdón y hacer borrón y cuenta nueva tras cada traspié son actos terapéuticos y pedagógicos de un valor incalculable.

Radio Adventista

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