Jueves 28 de julio 2016. Matinal mujeres – La medalla de oro
«Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado» (1 Cor. 2: 12).
“La variedad en la unidad es la ley suprema del universo”. Isaac Newton
JENNY THOMPSON es la deportista estadounidense que más medallas olímpicas ha ganado en la historia, con un total de doce, ocho de ellas de oro, entre los Juegos de 1992 y 2004. Por muy poco aficionada que seas al deporte, seguramente te estarás preguntando ¿cómo es posible que siendo sus logros tan grandes y tan recientes, no me suene de nada el nombre de esta nadadora? Porque todos estos triunfos han sido en pruebas de equipo, ni uno solo en individuales. Por eso no se la considera una «reina de la piscina» ni goza de la popularidad que sí gozan otros campeones olímpicos que han ganado medallas individuales.
Jenny es un increíble ejemplo del espíritu de equipo, lo cual, en sí mismo, me parece a mí que constituye ya todo un éxito en esta cultura nuestra individualista hasta la médula. Ojalá pudiéramos compartir su mentalidad todas nosotras, mujeres cristianas modernas, que formamos parte de un equipo llamado Iglesia Adventista en los Juegos Olímpicos de la vida.
En la iglesia no hay cabida para el individualismo, el deseo de destacar ni la competitividad; el llamamiento evangélico es una invitación al trabajo en equipo, a la colaboración, al uso coordinado y eficaz de nuestros talentos personales por el bien de una causa mucho mayor que nosotras mismas: la proclamación de que tenemos un Salvador. Eso no significa que a través de ese esfuerzo conjunto no se obtengan grandes victorias: la conversión de una sola alma a Cristo es la mayor medalla de oro a la que podamos aspirar. Simplemente significa que entre nosotras no caben megaestrellas que lo hagan todo solas, con afán de llevarse la gloria.
Nadie mejor que el apóstol Pablo para cerrar esta meditación de hoy: «Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor; procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, […] pero cada uno de nosotros ha recibido los dones que Cristo le ha querido dar. […] Así preparó a los del pueblo santo para un trabajo de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Efe. 4: 1-12).