“Y dije respecto de la envejecida en adulterios: ¿Todavía cometerán fornicaciones con ella, y ella con ellos?” (Ezequiel 23:43).
Hay preguntas que no podemos endulzar ni ocultar, por más difícil que nos resulte hablar de ellas o por más tabú que las acompañe. En la Biblia hay muchísimas menciones acerca de esto. También se perdona, si hay arrepentimiento, confesión, cambio y decisión.
Nuestro idioma utiliza varios otros vocablos más vulgares para referirse a esto y no somos ajenos a ellos.
Lo peligroso es no reconocer que, en la actualidad, hay muchísimas formas de que ese pecado sea nuestro también, aunque no se dé como en la antigüedad. Y esa pregunta, tanto simbólica como real, también está dirigida a nosotros.
En un mundo tan sensual, donde todo llama a la inmoralidad, es muy difícil mantenernos puros, si no tenemos una relación íntima con Dios en primer lugar.
La música, las imágenes, la comida: todo nos lleva continuamente a tergiversar las cosas y a confundir los parámetros de la felicidad involucrada dentro de ese ámbito originalmente tan hermoso y perfecto, hoy tan denigrado y pervertido.
Confundimos cercanía con intimidad, placer con bienestar, reconocimiento con identidad. Dios nos quiere dar los ocho y más… todo dentro de su plan.
Lo más peligroso es que, en medio de todo, terminamos confundiendo la naturaleza de nuestro Dios y ese es el peor error, el peor mal y el peor castigo en sí.
Aprendemos a repetir de memoria los “No”, sin entender realmente los “Sí” sobre cómo nos hizo y qué es lo mejor para nuestra vida, en todos los aspectos.
Aprendemos lo que no tenemos que hacer sin primero ser. Así es más difícil obedecer, porque lo hacemos por miedo y no por amor. Así es más difícil creer, porque lo hacemos por tradición y no por fe.
No sé si estás soltero, de novio, o casado. El enemigo nos tienta en cada espacio. Te invito a que hoy te animes a conocer al Dios de amor que está dispuesto a dar perdón, como lo dio a muchas de estas mujeres reales que se arrepintieron, y como nos lo puede dar hoy. Que le entregues esa área de tu vida, de tu identidad e intimidad, y te propongas conocerlo de verdad.
También podemos orar para que los millones de mujeres, hombres y niños involucrados de alguna manera en la prostitución sean alcanzados. Mucho comenzará por nosotros.