«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Luc. 23:34
HACE UNOS AÑOS, mientras revisaba las revistas que en el mostrador de una iglesia se colocan para regalar, vi una portada que me llamó la atención. Aparecía la foto de LeBron James, para entonces el mejor jugador del basquetbol del mundo, con el uniforme de Cleveland Cavaliers, su «nuevo» equipo. Se trató de un artículo escrito por Martin Surridge, profesor de Inglés de Lynden, Washington. *
El argumento del artículo era sencillo, pero poderoso: ¿Por qué los fanáticos de Cleveland estaban dispuestos a perdonar a LeBron siendo que no había nada que perdonar? En opinión del autor, LeBron James no traicionó a su equipo Cleveland Cavaliers cuando, siendo agente libre, optó por jugar para Miami Heat. Es verdad, fue Cleveland quien originalmente lo contrato, y fue en el estado de Ohio donde nació LeBron; sin embargo, ¿no tenía él todo el derecho de firmar con el equipo de su preferencia?
Después de cuatro años en Miami, tiempo durante el cual LeBron fue el factor decisivo para que Miami Heat ganara dos campeonatos de la NBA, la superestrella del basquetbol se acabara a Cleveland. Entonces surgieron, por millas, las franelas estampadas con el mensaje: «Te perdonamos, LeBron».
¿Qué estaban perdonando?, pregunta el profesor Surridge. ¡No había nada que perdonar! Además, añade, si al irse de Cleveland LeBron hizo algo malo, ese perdón debió ser concedido cuando se fue, no cuando volvió. Era entonces, no ahora, cuando más necesitaba ser absuelto de su culpa.
Lo que dice el profesor Surridge tiene sentido. Si, por ejemplo, alguien me ha robado, mi perdón hacia el ladrón ha de afectar mientras el ladrón todavía está en posesión de mi dinero, no cuando me lo ha devuelto, ¡porque entonces cuán fácil me resultaría perdonar!
Leer el artículo de Surridge transportó mi mente a otras escenas de deslealtad, de traición y de perdón. Pensé en Pedro, en el patio del templo, negando al Señor. En Judas, vendiéndolo por treinta monedas de plata. Recordé las palabras del apóstol Juan al escribir de la misión que trajo al Hijo de Dios a nuestro mundo: «A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron». También grabé las escenas del Calvario.
¿Cuándo perdonó Jesús a sus detractores? Mientras sufría los intensos dolores de los clavos, y su sangre corría por sus sienes; mientras todavía se escuchaban los insultos, nuestro amado Salvador exclamó: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23: 34). Si esto no es perdón, ¿entonces qué es?
¡Oh amor divino, que no esperes que nos reconciliáramos contigo para entregar a tu Hijo a la muerte, y muerte de cruz!
Gracias, Padre, porque entregaste a tu Hijo a la muerte cuando todavía éramos tus enemigos; y porque hiciste provisión para perdonamos antes de merecer tu perdón.
*Martin Surridge, «When Betrayal Deserves Forgiveness», en Insight, 24 de enero de 2015, pp. 8-10.