¿Y se preguntan por qué? Pues porque el Señor ha visto que ha sido desleal con la mujer de tu juventud, con tu compañera, con la que hiciste un pacto (Malaquías 2: 14).
ESTABA EN EL PATIO DE LA IGLESIA cuando recibí el mensaje de texto en el celular que decía: «Pastor, cuando pueda, llámeme. Necesito hablar con usted». Después de terminada la Sociedad de Jóvenes, me dirigí a mi hogar, y ya en la quietud de la noche, llamé a esta hermana que pertenecía a una iglesia que yo había pastoreado años atrás. La saludé con alegría y ella empezó a llorar. Yendo directamente al motivo de su dolor, me contó: «Pastor, después de 26 años de matrimonio, mi esposo se juntó con una joven y me abandonó. Estoy desesperada y no sé a quién recurrir. Mis dos hijos están destrozados y él parece reírse de nosotros, porque no le interesa nuestro dolor. Yo estoy dispuesto a perdonarlo ya empezar de nuevo, pero él me dijo que ya no me quiere».
Personalmente, no podía creerlo. Ese hombre había trabajado a mi lado y me había ayudado para que la iglesia se estableciera en esa localidad, y ahora su propia esposa lo acusaba de adulterio. Intenté encontrar palabras para consolar a esa mujer dolorida, pero dudo que lo haya hecho. Nada parecía animarla.
El abandono del cónyuge y la consiguiente destrucción de la familia no es algo nuevo. Malaquías ya lo había visto dentro del pueblo de Israel y Dios le había manifestado su desagrado. Si bien en aquellos tiempos era únicamente el hombre que podía divorciarse y abandonar a «la mujer de su juventud», actualmente hombres y mujeres parecen olvidar sus promesas y rompen los votos matrimoniales sin ningún escrúpulo.
Aun así, quienes amamos a Dios ya su Palabra, no debemos dejarnos arrastrar por los valores anticristianos actuales. «La familia judeocristiana de hoy existe bajo presioness […] El estado creciente de inmoralidad por el que pasa el mundo moderno único ha puesto una brecha enorme entre la voluntad divina y la conducta humana. Toca a la familia de Dios tomar la iniciativa en mostrar a la humanidad en general las expectativas divinas para cada individuo» (Jorge C. Córdoba, La familia y el nuevo milenio , p. 182).
El Dios del cielo y Creador de la familia, manifestó su voluntad al decir: «¡Cuídense ustedes, pues, de su propio espíritu, y no falten a la promesa que le hicieron a la esposa de su juventud! […] No sean infieles; pues yo aborrezco al que se divorcia de su esposa y se mancha cometiendo esa maldad» (Mal. 2: 15-16, DHH). Aunque el mundo ignore y pisotee la voluntad divina sobre el matrimonio, los hijos de Dios estamos llamados para enaltecerla a través de la lealtad matrimonial.