Sucedió que, al oír Elisabet el saludo de María, la criatura saltó en su vientre y Elisabet recibió la plenitud del Espíritu Santo (Lucas 1: 41).
ELISABET Y ZACARÍAS no podemos creer la noticia que el ángel les había dado. Aunque hubiera pasado la mayor parte de su vida matrimonial sin hijos, Dios finalmente les concedería uno. Este hijo vendría al mundo con una misión específica: hacer «que muchos de los hijos de Israel se vuelvan al Señor Dios» y «preparará bien al pueblo para recibir al Señor» (Luc. 1: 16-17).
Elizabet como Zacarías fueron llenos del Espíritu Santo y la educación que le brindaron a su hijo lo capacito para la misión celestial, Jesús comenzó su ministerio terrenal, pero Juan tiene el sagrado deber de preparar los corazones del pueblo para que aceptaran al Salvador del mundo.
Es muy poco lo que las Escrituras hablan de Elizabet, pero por la obra grandiosa que realizó su hijo, podemos deducir que fue una madre piadosa, creyente y fiel al Señor. Sus palabras y su ejemplo dejaron una huella en Juan, y este profeta realizó un ministerio tan eficaz, que Jesús llegó a decir: «Yo les digo que, entre los que nacen de mujer, no hay nadie mayor que Juan el Bautista» (7 :28).
Estoy seguro que Elizabet, al igual que cientos de madres que trabajaron arduamente para que sus hijos de Jesús, sean exaltadas por Dios y por sus hijos en las cortes celestiales. Elena G. White vio en visión, a todo el universo redimido reunido delante de Jesús. Allí, «cuando empiece el juicio y los libros sean abiertos, cuando sea pronunciado el “Bien hecho” del gran Juez, y colocado en el frente del vencedor la corona de gloria inmortal, muchos levantarán sus coronas a la vista del universo reunido y, señalando a sus madres, dirán: “Ella hizo de mí todo lo que soy mediante la gracia de Dios. Su instrucción, sus oraciones, han sido bendecidas para mi salvación eterna”» ( Eventos de los últimos días , p. 298).
Padres y madres: nosotros también tenemos una gran misión ante el Señor. Es necesario proveer a nuestros hijos el alimento diario, su vestimenta, una buena educación y una carrera universitaria. Pero todo eso carece de valor si no va acompañado de una educación cristocéntrica. En tiempos estos de tanta corrupción en la juventud, nuestro gran desafío es sembrar en los corazones de nuestros hijos una conciencia clara de la salvación y de la inminente aparición de Cristo a esta tierra.
Así como Elizabet y Zacarías, que al ser guiados por el Espíritu Santo tuvieron éxito, nosotros también podemos educar hijos para que sean grandes ante la vista divina.