Dará vida eterna a quienes, buscando gloria, honor e inmortalidad, perseveraron en hacer lo bueno (Romanos 2:7, DHH).
El sultán Murad IV gobernó con mano dura el Imperio Otomano desde 1623 hasta 1640. Ha pasado a la historia por sus grandes habilidades bélicas, por haber devuelto parte de la gloria inicial al imperio y por su horrible crueldad. Durante el asedio de Bagdad, en 1638, literalmente masacró a treinta mil soldados y una cantidad similar de civiles. Pero Murad IV también es conocido por su recia oposición al consumo de alcohol, café, tabaco dentro de los límites del imperio. Basado en la interpretación de ciertos pasajes del Corán, Murad eliminó las tabernas con la intención de poner freno a la inmoralidad que se estaba propagando por todas partes.
Su interés en aplicar con severidad sus leyes llegaba al punto de que a veces salía del palacio disfrazado, junto a sus verdugos, para realizar inspección, y de ese modo atrapar con sus propias manos a los consumidores de tabaco y alcohol. Luego los ejecutaba y exponía sus cadáveres a la vista de todos, para que supieran lo que les esperaba si desobedecían. Lo irónico es que Murad terminó siendo un empedernido alcohólico, y debido a su adicción murió a causa de una terrible cirrosis hepática. Murad IV aplicó inclementemente la ley del consumo de alcohol a los demás, mientras él se sentía libre de consumir cuanto quería.
Podríamos tildar de hipócrita a ese gobernador otomano, pero pongamos atención a estas palabras. En la Carta a los Romanos leemos: “No tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgues a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas” (Romanos 2:1, NVI) . No tiene sentido imponer a los demás una carga que nosotros mismos no estamos preparados a mover ni siquiera con un dedo. Después de todo, Dios pagará a cada uno “conforme a lo que haya hecho” (Romanos 2:6, DHH). De ahí que nos vendría bien tener presente que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los que obedecen” (Romanos 2:13).
Esta es la promesa para cada uno de nosotros: “Dará vida eterna a quienes, buscando gloria, honor e inmortalidad, perseveraron en hacer lo bueno” (Romanos 2:7, DHH). “Perseverar” es ser constante, firme, para que hacer lo bueno no sea solo una expresión de nuestra boca, sino para que forme parte natural de nuestro estilo de vida. No seamos como Murad, ¡vivamos lo que enseñamos!