También les digo lo siguiente: si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra con respecto a cualquier cosa que pidan, mi Padre que está en el cielo la hará. Mateo 18:19.
Roberto Frost salió corriendo de la casa y azotó la puerta. Se dirigió por la vereda enmaderada hasta la tienda de la esquina. En la mano derecha llevaba una moneda de 25 centavos.
-Ve a comprarme una cajetilla de cigarros -le había ordenado su padre-, ¡Y rápido!
Roberto movía los brazos con energía, como había visto hacer a los deportistas. Trataba así de impulsarse más. No quería dar ninguna excusa que molestase a su papá. Cuando eso sucedía, el resultado no era muy agradable para él. De repente se le resbaló la moneda de la mano sudorosa y cayó entre las rendijas del piso de madera.
-¡Oh, no! -dijo Roberto-, ¡Debo encontrar la moneda!
La gente que pasaba en ese momento lo ayudó a buscarla, pero todo fue inútil. Para entonces ya estaba desesperado. Corrió a la tienda y rogó: -Por favor, deme una cajetilla de cigarrillos para mi padre. Me dio 25 centavos, pero los perdí.
-¡Mala suerte, muchacho! -le respondió el dependiente-. En este negocio no se regala nada.
Roberto escuchó cómo se reían de él los que estaban en la tienda.
Al llegar a casa, lo primero que hizo fue ver a su mamá y contarle lo sucedido.
-Tengo miedo de decirle a papá lo que pasó -se lamentaba Roberto-, Estoy seguro de que me va a pegar. ¿Le podrías decir tú lo que me sucedió?
-No -le respondió la Sra. Frost-, Debes aprender a ser lo suficientemente hombrecito para enfrentarte a tu padre y decirle la verdad. Pero antes de hacerlo, arrodillémonos tú y yo para contarle a Jesús lo sucedido. Pidámosle que impresione a tu padre de modo que no te castigue.
Se arrodillaron juntos, madre e hijo, para pedirle a su Padre celestial lo que querían que hiciera con su padre terrenal. Después de la oración, la Sra. Frost le dio un empujoncito.
-Ve, hijo mío. Todo va a salir bien.
Sentía que las rodillas le chocaban al acercarse al escritorio donde estaba su padre. Ni siquiera lo miró cuando le hablaba acerca de la moneda perdida. -¡No importa! -le respondió su padre mientras continuaba con su trabajo. ¡Roberto no lo podía creer!