“Que el mismo Señor de la paz les dé la paz a ustedes en todo tiempo y en todas formas” (2 Tesalonicenses 3:16).
El varón que llega a ser padre se adapta a su nuevo rol de una manera completamente distinta a la de la mujer. En muchas culturas, incluyendo la latina, el cuidado de los hijos está asociado únicamente a la madre. Es la madre la que proporciona al bebé alimento, calidez, palabras amorosas, cuidados… El rol paternal es considerado secundario en este sentido, y básicamente orientado hacia ser el sustentador y proveedor de las necesidades de su prole.
En este contexto, un padre que ama es el encargado de llenar la alacena de su casa y suplir las necesidades de vivienda, ropa, calzado y educación de sus hijos. Una cascada de emociones y sentimientos gratamente placenteros se derrama en su mundo interno cuando ve a su familia protegida y segura. El reconocimiento por parte de su esposa y de sus hijos, en ocasiones escaso, lo impulsará a realizar actos de sacrificio.
Tal vez, en este punto sería bueno pensar que todo ser humano posee una vida emocional con necesidades profundas; la diferencia radica en la forma de expresarlas y satisfacerlas. Los varones sienten, lloran, aman, sufren, se emocionan, tienen anhelos y poseen la necesidad de ser reconocidos y amados, solo que lo viven de manera diferente a la mujer. Lo rescatable de todo esto es que, a pesar de nuestras diferencias, seamos capaces de abrir vías de comunicación.
Dios, que hizo al hombre y a la mujer, y por ende conoce nuestra naturaleza, es el mejor intermediario para tener una convivencia saludable; con su ayuda, podremos aceptar la realidad emocional del otro, sin exigir ni juzgar, y mucho menos cayendo en la descalificación. En este ambiente, cada quien podrá ser quien es, en libertad y sin miedos, generando respeto mutuo y creciendo en amor. Si la mujer se esfuerza por entrar en el mundo emocional del hombre, será bondadosa y empática. Si, a su vez, el varón se esfuerza por entender la vida emocional femenina, será fino y delicado con ella.
Amiga, no permitamos que nuestras diferencias nos alejen el uno del otro; al contrario, usémoslas como un vínculo de concordia y armonía. Recordemos el dicho del apóstol Pablo: “Que el mismo Señor de la paz les dé la paz a ustedes en todo tiempo y en todas formas” (2 Tes. 3:16).