«Ayúdense entre sí a soportar las cargas, y de esa manera cumplirán la ley de Cristo» (Gál. 6:2).
Veamos hoy un aspecto más acerca del divorcio que me parece crucial para la iglesia y es el que tiene que ver con cómo reaccionan las congregaciones ante las parejas que se divorcian en su medio. No voy a hablar de manuales de iglesia ni de usos y costumbres, sino de calor humano (o la falta de él).
Dos estudios llevados a cabo en la División del Pacífico Sur y la División Norteamericana de la Iglesia Adventista arrojaron que el 50% de los encuestados abandonaron la iglesia tras su divorcio. En la División Norteamericana, un 17% dejaron de asistir a la iglesia antes del divorcio, cuando estaban en proceso de separación; mientras que, en la División del Pacífico Sur, más bien la abandonaban durante los tres años posteriores al divorcio. La pregunta es: ¿Por qué abandonan la iglesia? Escucha algunas respuestas en boca de los afectados e imagina la experiencia que hay detrás de sus palabras (una imagen vale más que mil palabras):
- «Mi iglesia no me ofreció ayuda ni apoyo; el pastor ni siquiera habló directamente conmigo del tema ni una sola vez. Nadie sabía qué decir y yo, que lo estaba pasando tan mal, tampoco hablé con nadie de la iglesia, simplemente me tragaba mis sentimientos los sábados y punto».
- «La primera respuesta que recibí de parte de la iglesia fue una carta en la que me comunicaban que no podía iniciar otra relación o sería borrada de la iglesia. Si no fuera porque contaba con el apoyo de mis familiares y amigos, yo misma habría pedido que me borraran en el acto».
- «Me sentí condenado por mis hermanos de iglesia, pero sin juicio previo. Nadie quería escuchar mi versión de los hechos. Se habían posicionado con ella sin saber nada de lo que había pasado. Me hicieron sentir que no lo había intentado lo suficiente».
Siendo que la reacción de la iglesia tiene un impacto tan grande en las personas que se divorcian, tal vez deberíamos aprender a ser más sensibles con este tema, de manera que al menos no causemos una segunda herida a quien ya está herido. El llamado es a ayudarnos unos a otros a soportar las cargas, y eso no incluye juzgarnos ni condenarnos al aislamiento.