«Los que pasaban lo insultaban meneando la cabeza y diciendo: “Tú, el que derribas el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo. Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz» (Mateo 27:39-40).
Las palabras «si eres Hijo de Dios» repercutieron en los oídos de Jesús en diversas ocasiones. «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan» (Mateo 4:3); «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues escrito está: “A sus ángeles mandará acerca de ti”. […] En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra”» (vers. 6); «Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo». […] «Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lucas 23:35-39). Los escenarios: un desierto árido y peligroso en el que Jesús sentía los dolores más agudos del hambre; una cruenta cruz, erigida para los malhechores, rodeada de ofensas y ultrajes. ¿Has observado que los momentos de duda se suscitan principalmente cuando las circunstancias son desfavorables? Además de ello, muchos otros dudaron de la identidad de Cristo, porque su conducta no se ajustaba a sus expectativas (Juan 9:24; Juan 7:25-34; Juan 10; Mateo 27:39-40).
Nos asombra pensar que allá en la cruz, mientras se cuestionaba la identidad de Cristo, hasta sus sentimientos le fueron contrarios. Estando suspendido en la cruz, sintió que su Padre lo había abandonado y llegó a clamar el angustioso gemido: «Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Marcos 15:34).
Pero Jesús no admitió la duda, ni siquiera cuando sus emociones lo hacían sentir lejos de la protección divina. Solo «pisó el lagar» (Isaías 63:3), dejándonos un ejemplo con su mayor victoria. En esas horas angustiosas, aparentemente abandonado de su padre, Jesús recordó a su Padre amante, y cada evidencia del pasado, de que era su Hijo amado. «Conocía el carácter de su Padre; comprendía su justicia, su misericordia y su gran amor. Por la fe, confió en Aquel a quien había sido siempre su placer obedecer. Y mientras, sumiso, se confiaba a Dios, desapareció la sensación de haber perdido el favor de su Padre. Por la fe, Cristo venció» (El Deseado de todas las gentes, pág. 704).
Si la duda asedia tu vida, haz como hizo Jesús. Reúne las evidencias pasadas de que eres un hijo amado de Dios. Contempla por fe su carácter, que es más claro a la luz de la cruz.