Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «De cierto las digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca, porque todos han echado de lo que les sobra, pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, ¡todo su sustento!» (Marcos 12: 43-44).
LOS SERES HUMANOS TENDEMOS A ALABAR y exaltar a quienes poseen grandes talentos, inteligencia prodigiosa, belleza física o riqueza material. Eso siempre fue así. Todos solemos juzgar de acuerdo a lo exterior, ya que no tenemos la capacidad de leer el corazón y sus intenciones.
Pero cuando Jesús experimentó en esta tierra, que todos los pensamientos están expuestos delante de sus ojos. Fue así como un día, mientras observaba las distintas tareas que se hacían en el templo, vio cómo hombres pudientes y acaudalados entregaban con mucha satisfacción cuantiosas ofrendas. El ruido de las monedas al caer llamaban la atención, y muchos de los presentes elogiaban a los ofrendantes. Lo que la gente no sabia, es que estos hombres ricos daban sus donativos de lo que les sobraba. No había espíritu de sacrificio ni abnegación, sus ofrendas eran las sobras de las grandes fortunas que poseían.
Sin que nadie lo notara, una «viuda pobre» se acercó al alfolí y trató de que sus pequeñas monedas no se hicieron ruido, «echó dos moneditas» (Mar. 12:42). Rápidamente se alejó porque deseaba pasar desapercibida, pero Jesús había visto su acción y había leído su corazón. Por eso, llamando a sus discípulos les dijo: «Esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca» porque «de su pobreza echó todo lo que tenía, ¡todo su sustento!».
El Dios del cielo no valora la cantidad, sino la disposición del corazón. El mundo y lo que contiene son de él y todo el oro y las riquezas de la tierra le pertenecen (Sal. 24:1; Hag. 2:8). Por esta razón, sea poco o mucho, lo más importante al momento de ofrendar es dar con un espíritu agradecido y generoso; dando así, la pobreza no es excusa para entregar a Dios parte de los bienes, porque lo que realmente importa es con cuánto amor se da.
«Los pobres no están excluidos del privilegio de dar. Ellos, lo mismo que los ricos, pueden participar en la obra. La lección que Cristo dio acerca de las dos moneditas de la viuda nos muestra que, hasta las ofrendas voluntarias más pequeñas de los pobres, cuando son presentadas con amor y de todo corazón, son tan aceptables como las cuantiosas donaciones de los ricos» (Elena G. White, Testimonios para la iglesia , t. 9, p. 180).