“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Prov. 24:16).
Después de trabajar durante días en un nuevo proyecto misionero radial, mi jefe me llamó por teléfono para darme su opinión. Con delicadeza y honestidad, me dijo, básicamente, que debía empezar todo de nuevo. “No está peor que antes”, dijo, tratando de hacerme sentir mejor. “Estoy seguro de que el producto final será muy exitoso”. Llegué a casa deprimida, preguntándome si realmente tenía la capacidad de hacerlo o si mi jefe se había equivocado al elegirme para el proyecto.
¿Cómo puedes descubrir si estás basando tu vida en el éxito? Es sencillo: lo estás haciendo si te quedas atascada en el dolor y la decepción del fracaso. Si tu sentido de dignidad está basado en el éxito, vas a intentar no fracasar nunca. Como esto es imposible, evitarás correr cualquier riesgo que te exponga, escogiendo tareas que no te desafíen o renunciando ante la primera señal de adversidad.
Nelson Mandela, el famoso activista y abogado sudafricano, dijo: “No me juzgues por mis éxitos. Júzgame por las veces que me caí y volví a levantarme”. Hoy te recuerdo, y me recuerdo a mi misma, estas palabras. Los fracasos nos enseñan; no son tiempo perdido. Sacudirnos el polvo y volver a levantarnos después de otra nos hace crecer mucho más que el éxito.
Pero tan importante como volver a levantarse es reconocer que Dios nunca nos llamó a ser exitosos, sino fieles. Considera la vida de Juan, el Bautista. Al momento de su muerte, muy pocos lo habrían llamado. Sin embargo, Jesús dijo: “Entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista” (Mat. 11:11, LBLA). El mundo aplaude el éxito, pero Dios aplaude la fidelidad. Juan el Bautista fue fiel hasta la muerte y Jesús lo aplaudió.
Quiero vivir con en el aplauso del Cielo como única meta. Quiero vivir de tal manera que un día pueda oír al Padre decir: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. (Mateo 25:23, LBLA).
Señor, ni la dulzura del éxito ni la amargura del fracaso me definitivamente. La sangre de Cristo Jesús me define. En los días en que todo me sale mal, recuérdame que me llamaste a ser fiel, no exitoso. Y en los días en que las cosas me salen bien, recuérdame que la única gloria por la que vale la pena vivir es la tuya.