Miércoles 8 de Junio – Consecuencias del orgullo – Matinal para Jóvenes

Era tanta tu hermosura que tu corazón se envaneció. Por causa de tu esplendor corrompiste tu sabiduría. Por eso yo te haré rodar por tierra, y te expondré al ridículo delante de los reyes (Ezequiel 28: 17).

PERFECCIÓN, HERMOSURA, INTELIGENCIA, esplendor y otros atributos eran los I que Lucifer escuchaba sobre su persona mientras vivía en inocencia y santidad en las cortes celestiales. Pero todos estos atributos no le despertaron amor ni agradecimiento hacia su Creador, sino que se enorgulleció y se convirtió en el enemigo de Dios.

¿Cómo actuó el orgullo en este querubín exaltado? ¿Cómo reaccionó Dios ante el primer gran orgulloso del universo? Descorriendo el velo del gran conflicto en el cielo, Elena G. White nos dice: «En su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Este no fue expulsado inmediatamente de su elevado puesto, cuando se dejó arrastrar por primera vez por el espíritu de descontento, ni tampoco cuando empezó a presentar sus falsos asertos a los ángeles leales. Fue retenido aún por mucho tiempo en el cielo. Varias y repetidas veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se sometiese. Para convencerle de su error se hicieron esfuerzos de que solo el amor y la sabiduría infinitos eran capaces. Hasta entonces no se había conocido el espíritu de descontento en el cielo. El mismo Lucifer no veía en un principio hasta dónde le llevaría este espíritu; no comprendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Pero cuando se demostró que su descontento no tenía motivo, Lucifer se convenció de que no tenía razón, que lo que Dios pedía era justo, y que debía reconocerlo ante todo el cielo. De haberlo hecho así, se habría salvado a sí mismo y a muchos ángeles. En ese entonces no había él negado aún toda obediencia a Dios. Aunque había abandonado su puesto de querubín cubridor, habría sido no obstante restablecido en su oficio si, reconociendo la sabiduría del Creador, hubiese estado dispuesto a volver a Dios y si se hubiese contentado con ocupar el lugar que le correspondía en el plan de Dios. Pero el orgullo le impidió someterse . Se empeñó en defender su proceder insistiendo en que no necesitaba arrepentirse, y se entregó de lleno al gran conflicto con su Hacedor» ( Conflicto de los siglos , pp. 549-550, énfasis añadido).

El orgullo encendió una guerra que lleva milenios, pero no será para siempre. Porque «¡Ya viene el día, candente como un horno! En ese día, todos los soberbios y todos los malhechores serán estopa […] Pero para ustedes, los que temen mi nombre, brillará un sol de justicia» (Mal. 4: 1-2). Desde hoy, alístate del lado de los humildes.

Radio Adventista

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