Quien compró nuestra libertad y perdonó nuestros pecados. Colosenses 1:14.
Fue después de la medianoche cuando el tren procedente de Nueva York arribó a Albania. El Dr. William Halsted contrató el servicio de un coche tirado por caballos para ser llevado de inmediato al hospital en el que su hermana Minnie sufría una fuerte hemorragia tras dar a luz a su primer bebé.
-No podemos detener la hemorragia -le informó Sam, el esposo de Minnie-. Sabemos que solo un milagro la puede salvar. Ya ha perdido demasiada sangre.
El Dr. Halsted comprobó que la vida de Minnie pendía de un hilo. Le tomó el pulso y apenas lo pudo sentir. Solo le quedaban unos minutos de vida, a menos que se le repusiera parte de la sangre perdida. Pero en 1881 no existían bancos de sangre.
“Yo tengo buena sangre -razonó el Dr. Halsted- Si se la pudiera introducir en las venas a mi hermana, la ayudaría. Sin embargo, es un riesgo muy grande. Se sabe tan poco de la sangre. ¿Tolerará su cuerpo mi sangre? Si no la tolera, morirá. Pero si no hago el intento, morirá de todos modos. ¡Debo arriesgarme!”
Se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa.
-Ata este torniquete en la parte superior de mi brazo, Sam -le ordenó el doctor.
Luego se perforó una vena en la parte inferior del brazo y extrajo medio litro de su sangre rica y roja. Cuidadosamente insertó la aguja en la vena de su hermana y le introdujo la sangre. Repitió el procedimiento, dándole un segundo medio litro de su propia sangre.
Cada segundo que pasaba parecía una eternidad para el Dr. Halsted. Se había sentado junto a la cabecera de Minnie, con los dedos en el pulso.
-¡Está funcionando, Sam! -le susurró a su cuñado-. Ven y palpa el pulso. El latido definitivamente se siente más fuerte.
-¡Mírale la cara! -exclamó Sam-, Está recuperando su color. ¡Ha pasado la crisis!
El Gran Médico está a tu lado en este momento tomándote el pulso espiritual. Necesitas una transfusión sanguínea, si deseas sobrevivir a la crisis. El Señor Jesucristo derramó su sangre por ti y por mí hace más de 2.000 años en la cruz del Calvario. Aguarda pacientemente tu aceptación o rechazo de su oferta de vida. No te la impondrá por la fuerza. Espera que tú decidas.