Miércoles 10 de Agosto – Yo lo pagaré – Devocional para Adultos

«De modo que, si me tienes por compañero, recíbelo como a mí mismo. Si te ha perjudicado o te debe algo, cárgalo a mi cuenta. Yo, Pablo, lo escribo de mi puño y letra: te lo pagaré». Filemón 1: 17-19, NVI

ALGUIEN HA DICHO, CON MUCHA RAZÓN, que la Biblia es una «colección de fugitivos». Adán y Eva, escondiéndose de la presencia divina; Jacob, huyendo de la ira de Esaú; los apostoles corriendo por su vida cuando jesus es arrestado. Estos son solo algunos ejemplos que ilustran el hecho de que todos, en algún momento también hemos sido «fugitivos». * Fugitivos huyendo de un Dios que no se cansa de perseguirnos, y que no descansa hasta encontrarnos.

De esto trata nuestro texto de hoy. Nos presenta al apóstol Pablo intercediendo ante Filemón en favor de Onésimo, un esclavo fugitivo. Por qué huyó Onésimo de la casa de Filemón, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, a pesar de haber cometido un delito capital, Dios guio a Onésimo a la persona que pudo ayudar, no solo a restaurar la relación rota con Filemón, sino a entregar su vida a Cristo.

¿Cómo podría arreglarse la relación con Filemón? El apóstol aconsejó al esclavo fugitivo que regresara a Colosas y arreglara cuentas con su amo. Mientras tanto, Pablo intercedería en su favor, mediante una carta. ¡Y qué manera de interceder!

«Aunque en Cristo tengo la franqueza suficiente para ordenarte lo que debes hacer le dice Pablo a Filemón, prefiero rogártelo en nombre del amor. Yo, Pablo, ya anciano y ahora, además, prisionero de Cristo Jesús, te suplico por mi hijo Onésimo, quien llegó a ser hijo mío mientras yo estaba preso. En otro tiempo te era inútil, pero ahora nos es tanto útil a ti como a mí» (vers. 8-12, NVI).

En lugar de ordenar, Pablo intercede, por amor a Cristo. Como si dijera: «Recuerda, Filemón, que en otro tiempo también tú y yo fuimos fugitivos de Dios, sin embargo, su amor nos alcanzó y nos perdonó». Por lo tanto, acepta a Onésimo «de la misma manera que Dios nos ha hecho “aceptos en el Amado”» (Efe. 1: 6). Y “si te ha perjudicado o te debe algo, cárgalo a mi cuenta. Yo, Pablo, […] te lo pagaré» (vers. 18-19, NVI).

¿No es esta una ilustración adecuada -es verdad, imperfecta—, de lo que Cristo ha hecho por ti y por mí? Al igual que Onésimo, merecíamos el castigo, por haber quebrantado la ley. Pero entonces Cristo, nuestro Intercesor, se presenta ante el trono celestial y dice: «Padre, no mires ahora sus pecados, sino su arrepentimiento, y recíbelos como me recibirías a mí. Si han hecho algún daño, yo lo pagaré».

Y pagó nuestra deuda de pecado ¡con su preciosa sangre!

Gracias, Padre, porque en Cristo me recibe como si nunca hubiera pecado; y porque su sangre saldó la deuda que yo nunca podría haber pagado.

Radio Adventista

View all contributions by