Jueves 10 de noviembre 2016. Matutina para mujeres – “Los más indefensos”
«El ayuno que a mí me agrada es […] que acaben con toda injusticia; es que compartan el pan con los que tienen hambre, es que den refugio a los pobres, vistan a los que no tienen ropa y ayuden a los demás» (Isa. 58: 6–8, TLA).
“El único derecho que tiene el cristiano es el derecho a renunciar a sus derechos”. Amy Carmichael
PREENA, de siete años, tenía quemaduras en ambas manos causadas por un hierro candente con el que la habían marcado para que no volviera a escaparse. Era una de esas niñas indias que, a principios del siglo XX, aún eran llevadas a los templos para ser prostituidas y «entregadas a los dioses». Preena fue afortunada. Alguien la rescató y la entregó a una misionera irlandesa. «Cuando me vio —contaba Preena cincuenta años más tarde—, me puso en su regazo y me besó fuertemente. Yo pensé. “Mi mamá solía ponerme en su regazo y besarme así, ¿quién será esta mujer que me trata como mi mamá?».* Aquella mujer era Amy Carmichael, conocida con el tiempo como Amma, «mamá» en tamil.
Amy Carmichael (1867-1951) dedicó su vida a – luchar contra ese sistema de la India originado en el siglo IX en el que niños y niñas, e incluso bebés, eran entrenados para servir en los templos; parte de sus servicios eran sexuales. Amy tardó tres años en ganarse la confianza de la población de Dohnavur, pero después de ese tiempo comenzaron a entregar a su cuidado a muchos niños rescatados de tan abusiva tradición. Algunos murieron en sus brazos, y Amy lloraba por ellos como si fueran suyos propios. A los que tenían salud, los cuidaba, los alimentaba, los educaba y los trataba con respeto. Llegó a tener novecientos a su cuidado y, con el tiempo, dispuso de personal, europeo e indio, que la ayudó con tan agotadora tarea. Todos ellos voluntarios que no recibían remuneración económica alguna. La única remuneración era la paz del alma.
Amy consideró que aquellos niños eran los seres más indefensos de la tierra y renunció a sus propios derechos para lograr ciertos derechos para ellos. Se entregó a sí misma para impedir el abuso y ayudar a la gente a salir de la superstición gracias al conocimiento de Dios.
¿Qué seres indefensos nos rodean a nosotras? ¿Cuánta gente con la que nos relacionamos cada día sigue atrapada en las redes de la ignorancia religiosa y la superstición? Y la pregunta más importante: ¿Qué hacemos al respecto?