Miércoles 18 de enero. Matutina para adultos – Versículo por versículo
«¡Bendito tú, Jehová! ¡Enséñame tus estatutos!». Salmo 119: 12
DEBE ENSEÑARSE al estudiante de la Biblia a acercarse a ella con el espíritu del que aprende. Debemos escudriñar sus páginas, no en busca de pruebas que apoyen nuestras opiniones, sino para saber lo que Dios dice.
Únicamente se puede obtener un verdadero conocimiento de la Biblia mediante la ayuda del Espíritu que inspiró la Palabra. Y a fin de obtener ese conocimiento hemos de vivir de acuerdo con él. Debemos obedecer todo lo que la Palabra de Dios manda. Podemos reclamar todas sus promesas. Es necesario que mediante su poder vivamos como ella recomienda. Considerándola de este modo es la única forma de que su estudio resulte eficaz.
El estudio de la Biblia requiere nuestro más diligente esfuerzo y nuestra más perseverante meditación. Con el mismo afán y la misma persistencia con que el minero excava la tierra en busca del tesoro, debemos buscar nosotros el tesoro de la Palabra de Dios.
En el estudio diario, el método que consiste en examinar un versículo tras otro es a menudo de mucha utilidad. Tome el estudiante un versículo, concentre la mente para descubrir el pensamiento que Dios encerró para él allí, y luego medite en él hasta hacerlo suyo. Un pasaje estudiado en esa forma, hasta comprender su significado, es de más beneficio que la lectura de muchos capítulos sin propósito definido y sin que se obtenga verdadera instrucción.
Una de las principales causas de la incompetencia mental y la debilidad moral es la falta de concentración para lograr fines importantes. Nos enorgullecemos de la inmensa difusión de las publicaciones, pero esa gran cantidad de libros —incluso los que en sí mismos no son perjudiciales—, pueden ser dañina. Con la inmensa corriente de material impreso que sale constantemente de las imprentas, tanto los adultos como los jóvenes adquieren el hábito de leer en forma apresurada y superficial, y la mente pierde la capacidad de elaborar pensamientos coherentes. Además, gran parte de las revistas y libros que, como las ranas de Egipto, se esparcen por la tierra, no son solamente vulgares, inútiles y debilitantes, sino que corrompen y destruyen el alma. La mente y el corazón indolentes, que no tienen propósito definido, son presa fácil del maligno. El hongo se arraiga en organismos enfermos, sin vida. Satanás instala su taller en la mente ociosa. Diríjase la mente a ideales elevados y santos, dese a la vida un propósito noble y el enemigo hallará poco terreno para afirmarse.— La educación, cap. 20, pp. 170-171.