Jueves 2 de febrero. Matutina para adultos – “Una unión inquebrantable”
«Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne».
1 Timoteo 3: 16
POR SU VIDA y su muerte, Cristo logró aún más que restaurar lo que el pecado había arruinado. Era el propósito de Satanás conseguir una eterna separación entre Dios y la raza humana; pero en Cristo llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios que si nunca hubiésemos pecado. Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades eternas, queda ligado con nosotros.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito» (Juan 3: 16). Lo dio no solo para que llevase nuestros pecados y muriera como sacrificio nuestro; lo dio a la especie caída. Para asegurarnos los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios dio a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana. Tal es la garantía de que Dios cumplirá su promesa. […] Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo. Es «el Hijo del hombre» quien comparte el trono del universo. [… ] El Yo Soy es el Mediador entre Dios y la humanidad, que pone su mano sobre ambos. El que es «santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores», no se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb. 7: 26, JBS; ver 2: 11). En Cristo, la familia de la tierra y la familia del cielo se unen. Cristo glorificado es nuestro hermano. El cielo está incorporado en la humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno del Amor Infinito. [… ]
Por el sacrificio abnegado del amor, los habitantes de la tierra y del cielo quedarán ligados a su Creador con vínculos de unión indisoluble.
La obra de la redención estará completa. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia de Dios. La tierra misma, el campo que Satanás reclama como suyo, ha de quedar no solo redimida sino exaltada. Nuestro pequeño mundo, que es bajo la maldición del pecado la única mancha obscura de su gloriosa creación, será honrado por encima de todos los demás mundos en el universo. Aquí, donde el Hijo de Dios habitó en forma humana; donde el Rey de gloria vivió, sufrió y murió; aquí, cuando renueve todas las cosas, estará el tabernáculo de Dios con los hombres, «morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos» (Apoc. 21:3, RVA). Y a través de las edades sin fin, mientras los redimidos anden en la luz del Señor, le alabarán por su Don inefable: Emmanuel, «Dios con nosotros» (Mat. 1: 23).— El Deseado de todas las gentes, cap. 1, pp. 16-18.