Viernes 16 de diciembre. Matutina adultos – La generación de Jesús: E.P.D.

Viernes 16 de diciembre. Matutina adultos – La generación de Jesús: E.P.D.   

«Pero se levantó una gran tempestad de viento que echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal. Lo despertaron y le dijeron: “¡Maestro!, ¿no tienes cuidado que perecemos?”». Marcos 4: 37, 38

NO DUERMO MUY BIEN cuando el avión en el que viajo cabecea y se balancea en medio del cielo nocturno a treinta y cinco mil pies. Prefiero estar en mi propia cama. Que Jesús se las arreglara para seguir dormido en el lago a medianoche, en medio de aquella furiosa tempestad, que proyectaba agua por doquier con gran agitación, es, simplemente, milagroso. Pero, ¿crees que es el mismo milagro que Dios anhela guardar en lo profundo del corazón de la generación de Jesús para prepararla para la tremenda tormenta que se avecina?

Oswald Chambers, en My Utmost for His Highest, define así la fe: «La fe es la inexpresable confianza en Dios, confianza que nunca sueña que no estará a nuestro lado» (29 de agosto). En la furia de aquella tempestad, Jesús dormía plácidamente porque jamás soñó que el Padre no estuviera junto a él. «Jesús […] descansaba en la fe —fe en el amor y el cuidado de Dios—» (El Deseado de todas las gentes, cap. 35, p. 308).

Como el día que Jesús murió. «Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. El sol se oscureció y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Habiendo dicho esto, expiró» (Luc. 23: 44-46).

No quiero parecer morboso, pero si puedo elegir las últimas palabras que exhale antes de morir, me gustaría fallecer con estas palabras de absoluta confianza en mis labios. ¿No opinas igual? Cuando se convirtió en el primer mártir cristiano, Esteban hizo eso: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hech. 7: 59). Como Juan Hus, pastor y reformador de Bohemia, cuyas últimas palabras, atado a aquel poste en llamas fueron: «En tus manos encomiendo mi espíritu, oh Señor Jesús, porque tú me redimiste». Fueron también las últimas palabras de Lutero y Melanchthon.

Y esas últimas palabras serán las palabras de vida de la última generación de los elegidos de la tierra. ¿Cómo, si no, supones que atravesarán la tempestad más turbulenta de la historia del mundo? Una fe radical: «Padre, en tus manos encomendamos nuestra vida». «Los tiempos de apuro y angustia que nos esperan requieren una fe capaz de soportar el cansancio, la demora y el hambre, una fe que no desmaye a pesar de las pruebas más duras. El tiempo de gracia […] es concedido [ahora] a todos a fin de que se preparen para aquel momento» (El conflicto de los siglos, cap. 40, p. 606). Elevemos juntos esta oración: «Señor, auméntanos la fe» (cf. Luc. 17: 5). Y lo hará.

 

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