Jueves 30 de junio. Matutina adultos – El rostro del Padre
«Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza. […] ¡Jehová de los ejércitos está con nosotros! ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!». Salmo 46: 1-7
ESTAS FUERON LAS PALABRAS que inspiraron a Lutero a escribir «Ein feste Burg ist unser Gott» —«Castillo fuerte es nuestro Dios»—, el conmovedor himno de batalla de la Reforma. Y cuando hoy cantamos ese himno, expresamos nuestra esperanza, nuestra fe, nuestra confianza en «el Dios de Jacob», que es nuestro refugio, «Señor de Sabaoth, omnipotente Dios, él triunfa en la batalla». No es de extrañar que el Salmista exclame: «Por tanto, no temeremos».
En Now Is the Hour, Llewellyn Wilcox contó un relato, enmarcado en la Segunda Guerra Mundial, de un padre y su niñita, que huyeron al refugio antiaéreo de su patio trasero durante la guerra relámpago sobre Londres. Sobre ellos llovía la muerte y la destrucción. La niñita estaba asustada. Con la esperanza de que ambos pudieran quedarse dormidos y olvidar su peligro por una noche, el padre puso a su hija en una de las camitas plegables, apagó la luz y se echó en la cama plegable contra la otra pared.
Pero la niña no podía dormirse. El retumbar de los aviones en el cielo, la extrañeza del refugio con sus negras sombras y sin su mamá, era más de lo que podía soportar. «Papá», susurró, tratando de que su voz llegase al otro extremo del habitáculo, «¿estás ahí?».
«Sí, cariño. Aquí estoy. Ahora duérmete», respondió él en voz baja. Y ella lo intentó. Pero, sencillamente, no podía. Y un ratito después aquella vocecita volvió a hablar: «Papá, ¿sigues ahí?». La respuesta de él fue rápida: «Sí, cariño. Estoy aquí. No tengas miedo; simplemente duérmete. Todo va bien». Y durante un tiempo hubo solo silencio, absorto cada cual en sus pensamientos.
Pero, por fin, cuando la quietud y la oscuridad ya no eran soportables, la voz de la pequeña, anhelante de consuelo, habló por tercera vez. «Papá», gritó ella, «por favor, dime solo una cosa más: ¿Tienes el rostro mirando hacia mí?». Y, atravesando la oscuridad, pronto vino la voz de su padre como respuesta: «Sí, cariño. Papá está aquí, y tiene el rostro mirando hacia ti». En un instante la niña se durmió, con la perfecta confianza de un niño pequeño.
«Dios es nuestro amparo y fortaleza […]. Por tanto, no temeremos». Buena noticia para los elegidos en la crisis inminente de la tierra: Con independencia de lo que tengamos por delante, el rostro de nuestro Padre está vuelto hacia nosotros.