Cuando los arresten, no se preocupen por cómo responder o qué decir. Dios les dará las palabras apropiadas en el momento preciso. Mateo 10:19.
Fue temprano por la mañana cuando el tren llegó a la estación del norte de la India. En el tren viajaba Indira Gandhi, futura primera ministra. -¡Chai! ¡Chai! -el vendedor de té se detuvo frente a su ventana-. ¿Té caliente para la señora?
Detrás del vendedor, ella pudo ver a cientos de hombres airados que gritaban y agitaban los puños.
-¿Qué sucede? -preguntó.
-Es un musulmán. Quiere abordar el tren y los hindúes no se lo permiten. Podía escuchar las voces claramente: “¡Muerte para los musulmanes!” -Rajiv, escúchame bien -y se arrodilló al lado de su hijito de tres años de edad-: Mamita tiene que salir y detener a esos hombres. Debes ser un niño grande y valiente, y proteger a tu hermanita Sanjay hasta que yo vuelva.
Se envolvió el sari alrededor de la cintura y corrió hacia la puerta del tren. Detectó a los cabecillas y se abrió paso hasta llegar a ellos y tomarlos por los brazos.
-¡Deténganse! -les dijo con autoridad. Sus ojos negros revelaban su disgusto- No permitiré que maten a ese hombre.
-¡Váyase de aquí, mujer! -los hombres trataron de ignorarla.
-¡No! Insisto en que terminen con este motín ¡ahora! Los musulmanes tienen los mismos derechos que los hindúes. ¡Suelten a ese hombre!
-Por favor, señora, usted no entiende…
-Entiendo perfectamente bien lo que pretenden hacer. No lo permitiré, les repito. No lo harán.
Mientras la Sra. Ghandi alegaba con los hindúes, el musulmán se escabulló y subió al tren.
-¡Todos a bordo! -llamó el conductor.
Sonó la campana de advertencia y la Sra. Ghandi subió justo cuando el tren se ponía en movimiento.
-Nunca pensé en lo que iba a decir -confesó después-. Simplemente, fue una de esas circunstancias en las que se tiene que hacer algo rápidamente, y lo hice.
Nadie sabe cuándo llegará el momento en que debas actuar de manera similar. No hay por qué preocuparse. Dios te dará las palabras y las fuerzas para hacer y decir lo que debas.