Martes 14 de Junio – Si la envidia fuera viña… – Matinal Damas

“¿Acaso es contra la ley que yo haga lo que quiero con mi dinero? ¿Te pones celoso porque soy bondadoso con otros?” (Mateo 20:15, NTV).

Detrás de cada emoción -especialmente de las más oscuras- hay una pregunta acerca de Dios. Si pudiéramos raspar con una moneda la superficie de la envidia, ¿qué crees que descubriríamos? Según el psicólogo Dan Allender y el teólogo Tremper Longman, quienes escribieron The Cry of the Soul [El clamor del alma], la envidia “vocaliza la crucial pregunta: ¿es bueno Dios, satisfará mi hambre? ¿O bendecirá él a otros y me ¿Dejar a mí con las manos vacías?”

Generalmente, no sentimos celos de aquellos con quienes no nos podemos comparar. Nadie siente envidia de la Reina Isabel II del Reino Unido, por mucho dinero que ella posea. Nadie tiene celos de la inteligencia de Einstein o de la belleza de Miss Universo (salvo las otras participantes del concurso). Para sentir celos, tiene que haber un elemento de conexion. Por eso, son justamente nuestras amigas y vecinas las que pueden provocarnos más envidia.

Albergar envidia nos contamina de ingratitud, convierte a nuestras amigas en competidoras y al mundo en un campo de batalla. “En pocas palabras”, escribe Craig Groeschel en Soul Detox [Desintoxicación del alma], “la envidia es cuando te molesta la bondad de Dios en la vida de otras personas, e ignora su bondad en tu propia vida. Es cuando tú piensas: ‘Ellos tienen algo que yo quiero. Algo que no merecen. No corresponde tenerlo’”. La envida surge de la comparación. La Biblia enseña que, en lugar de compararnos, debemos celebrar los éxitos de los demás (Rom. 12:15).

David y Jonatán pueden ser excelentes amigos porque Jonatán estuvo dispuesto a celebrar los éxitos de David, a un gran costo personal y profesional (1 Sam. 23:17). Juan el Bautista ejerció la superioridad del ministerio de Cristo, aun cuando su propio ministerio decrecía (Juan 3:29, 30). Para celebrar los éxitos de otras mujeres, debemos reconocer la pregunta de la envidia: ¿Dios es bueno conmigo? ¡Claro que sí! Dios me ama incondicionalmente y para siempre. Arraigadas en la inmensidad de este amor inmerecido, podemos soltar la envidia y la comparación. Podemos aceptar la soberanía de Dios para bendecir a cada uno de acuerdo con su plan y festejar los éxitos de los demás.

Señor, quiero dejar de compararme con otras mujeres. Arráigame profundamente en tu amor. Tú me bendices generosa e inmerecidamente. Creo, ayuda mi incredulidad.

Radio Adventista

View all contributions by