Mis ojos no dejan de llorar, pues ya no hay remedio, a menos que desde los cielos el Señor se digne mirarnos (Lamentaciones 3: 49-50).
FERNANDO Y CLARISA LLEGARON DESESPERADOS A LA IGLESIA. Ese sábado de mañana habían salido de su hogar para realizar compras, pero un problema familiar no les daba paz: su único hijo había sido internado por su adicción a las drogas. Dolor y angustia eran una constante mientras intentaban consolarse creyendo que había esperanza. Al pararse frente al templo adventista, Clarisa le dijo a su esposo: «En este lugar nos tienen que ayudar». Dejando las bolsas de mercadería en una sala contigua al templo, se sentaron y participó por primera vez de una clase de Escuela Sabática y del Culto Divino. Al terminar las actividades, un anciano de iglesia se ofreció para visitarlos y así comenzaron los estudios bíblicos.
A medida que pasó el tiempo vieron la poderosa mano de Dios actuaron en la vida de su hijo para que pudiera romper con las cadenas de las drogas. Igualmente, poco a poco, el dolor y la angustia que sintieron como padres también fueron desapareciendo. Luego de dos años, ese hijo se vio libre de su adicción y Clarisa y Fernando se bautizaron en nuestra iglesia.
Vivimos en un mundo donde el dolor y las lágrimas son moneda corriente, Nadie que llega a esta tierra tiene asegurado un pasar venturoso y lleno de felicidad. Los que conocemos a través de la Biblia la lucha entre el bien y el mal, sabemos que el dolor es una consecuencia inevitable del pecado.
Pero si somos hijos de Dios, ¿por qué él permite que soportemos tristezas y aflicciones? «El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso, que desea desarrollar. Si no viese en nosotros algo que pueda glorificar su nombre, no dedicaría tiempo a refinarnos. No nos esmeramos en poder zarzas. Cristo no arroja a su horno piedras sin valor. Lo que él purifica es un mineral valioso. El herrero pone el hierro y el acero en el fuego para saber qué clase de metal es. El Señor permite que sus escogidos sean puestos en el horno de la aflicción, a fin de ver cuál es su temple, y si podrá moldearlos para su obra» (Elena G. White, Joyas de los testimonios , t. 3, p. 194 ).
¿Estás pasando por pruebas? ¿Tus «ojos no dejan de llorar, pues ya no hay remedio», como le pasó al profeta Jeremías? No te entregues al abandono. En algunas ocasiones, Dios utiliza el dolor para purificar nuestro carácter, porque solo los personajes transformados serán del reino de los cielos.