LA LEY ES SANTA
«La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno». Romanos 7: 12
DADO QUE «la ley de Jehová es perfecta» (Sal. 19: 7), cualquier variación de esa ley no lo es. Los que desobedecen los mandamientos de Dios, y enseñan a otros a hacerlo, son condenados por Cristo. La vida de obediencia del Salvador puso de manifiesto los derechos de la ley; probó que es posible para la humanidad guardar la ley, y reveló la excelencia del carácter que la obediencia desarrolla. Todos los que obedecen como él obedeció, declaran igualmente que el mandamiento de la ley es «santo, justo y bueno» (Rom. 7: 12). Por otro lado, todos los que violan los mandamientos de Dios, sostienen la mentira de Satanás de que la ley es injusta y no puede ser obedecida. Así, favorecen los engaños del gran adversario y deshonran a Dios. Son hijos del maligno, que fue el primer rebelde contra la ley de Dios. Admitirlos en el cielo sería volver a introducir elementos de discordia y rebelión, y hacer peligrar el bienestar del universo. Nadie que desprecie voluntariamente un principio de la ley entrará en el reino de los cielos.
Los rabinos consideraban su justicia como un pasaporte para el cielo, pero Jesús declaró que era insuficiente e indigna. La justicia de los fariseos estaba constituida de ceremonias externas y un conocimiento teórico de la verdad. Los rabinos aseveraban ser santos por sus propios esfuerzos en guardar la ley; pero sus obras habían divorciado la justicia de la religión. Mientras eran escrupulosos en las observancias rituales, sus vidas eran inmorales y degradadas. Su así llamada justicia no podría nunca entrar en el reino de los cielos.
En el tiempo de Cristo, el mayor engaño de la mente humana consistía en creer que una simple aprobación de la verdad constituía la justicia. En toda experiencia humana, un conocimiento teórico de la verdad ha demostrado ser insuficiente para salvar el alma. No produce frutos de justicia. Una valoración celosa de lo que se llama verdad teológica acompaña a menudo al odio de la verdad genuina manifestada de forma práctica. Los capítulos más sombríos de la historia están cargados con el recuerdo de crímenes cometidos por fanáticos religiosos. Los fariseos se llamaban hijos de Abraham y se jactaban de poseer los oráculos de Dios, pero estas ventajas no los preservaban del egoísmo, la malicia, la codicia de ganancias y la más baja hipocresía. Pensaban ser los mayores religiosos del mundo, pero su así llamada ortodoxia los condujo a crucificar al Señor de la gloria.— El Deseado de todas las gentes, cap. 31, pp. 278-279.