“Entonces el Señor le preguntó: -¿Qué es lo que tienes en la mano? -Una vara de pastor -contestó Moisés” (Éxo. 4:2, NTV).
Samgar no esperaba que Dios lo eligiera. Después de todo, él no tenía mucho que ofrecer. Era tan solo un granjero de sangre “impura” (su nombre tiene raíces cananeas, no hebreas). Si el trabajo de juez de Israel se hubiera ofertado en los clasificados de la época, Samgar no hubiera podido cumplir con los requisitos por su falta de experiencia y preparación. Él solo tenía a su ganado y su vara para arrear bueyes. Pero ¿de qué servía eso contra todo un ejército de filisteos? Sin embargo, Samgar decidió poner lo poco que tenía en las manos de Dios y su vida cambió por competo. La Biblia resume su historia con solo un versículo: “Después de Aod fue Samgar, hijo de Anat, quien rescató a Israel. En una ocasión mató a seiscientos filisteos con una aguijada para bueyes” (Juec. 3:31, NTV).
“La historia de Samgar conmueve mi alma”, escribe Lysa Terkeursten su artículo “A Life with Extraordinary Impact, Proverbs 31”. “Él era una persona común, en un lugar común, y hacía un trabajo común. Lo que lo hizo extraordinario no fue nada externo. Fue su impulso a ser obediente a Dios y a hacer lo correcto, exactamente donde se encontraba. Su trabajo era ser obediente; todo lo demás era trabajo de Dios”. A veces pensamos que nuestras vidas nuestros esfuerzos son demasiado pequeños como para determinar una diferencia. Sin embargo, Dios únicamente nos pide que seamos fieles con lo que tenemos en la mano: cinco panes y dos peces, un poco de harina y aceite, cinco piedras lisas y una honda… Dios no necesita que tengas recursos o talentos extraordinarios, sino que estés dispuesta a usar tu vara para arrear bueyes exactamente donde estás.
Los israelitas no podían forjar espadas en aquellos días, porque los filisteos no se lo permitían (1 Sam. 13:19). Pero Samgar no dejó que esto lo detuviera. Las varas para arrear bueyes de aquel entonces tenían más de dos metros de altura y un cincel en uno de sus extremos, que servía para limpiar el arado. Samgar sencillamente afiló lo que ya tenía y lo uso para servir.
Señor, ¡yo estoy dispuesta! Aunque no sienta que soy la candidata ideal, aunque soy tan pequeña comparada con la tarea que hay que hacer, estoy dispuesta a servirte. Te entrego todo lo que soy y lo que tengo. Confío en que, por más comunes que sean mis talentos y circunstancias, serán más que suficientes en tus manos.