Cuando Simón Pedro vio esto, cayó de rodillas ante Jesús y le dijo: «Señor, ¡apártate de mí, porque soy un pecador!» (Lucas 5:8).
HACE UN TIEMPO UN JOVEN DE LA IGLESIA me llamó pidiendo una entrevista. En ella me contó con algo de dolor, que cada tanto, sin proponérselo, fumaba un cigarrillo. Según me dijo, no tenía el hábito, sino que en momentos de flaqueza espiritual, se «contagiaba» de sus compañeros de trabajo y fumaba. Cuando le pregunté por su vida espiritual, me declaró con vergüenza que solo se relacionaba con Dios los sábados, porque los otros días estaba muy ocupado. Lo llamativo del caso era que nadie, ni siquiera su esposa o sus hijos, sospechaban del asunto.
En tu vida personal, ¿tienes algún pecado escondido que sueles cometer? ¿Has intentado dejarlo y, como has fallado, te olvidaste del tema? ¿Le confiesas todos tus pecados a Dios y te apartas de ellos o prefieres pedirle perdón solo por algunos, ya que otros los seguirás practicando?
Elena G. White se presentó a todo el que «oculta» (como si pudiéramos ocultarlos de Dios) sus pecados: «Si los que esconden y disculpan sus faltas pudiesen ver que Satanás se alegra de ello, y los usa para desafiar a Cristo y sus santos ángeles, se apresurarían a confesar sus pecados ya renunciarían a ellos. De los defectos de carácter se vale Satanás para intentar dominar la mente, y sabe muy bien que si se conservan estos defectos, lo logrará. De ahí que traten constantemente de engañar a los discípulos de Cristo con su fatal sofisma de que les es imposible vencer» (Cristo en su santuario, p. 137).
Pedro, luego de haber presenciado la pesca milagrosa realizada por Jesús, cayó a sus pies con un tremendo sentido de indignidad y exclamó: «¡Apártate de mí, porque soy hombre pecador!». Lejos de querer ocultar sus pecados o de mostrar una aparente religiosidad, Pedro se confesó pecador, porque reconocía que estaba frente a Uno que tenía filiación divina.
La claridad con que Pedro expuso su vida espiritual, debería ser la de cada uno de nosotros. No tiene sentido practicar un pecado y mostrarnos ante los demás como «buenos» O «santos», porque en el cielo hay Alguien que lee nuestros pensamientos y pesa las intenciones del corazón.
Por eso es tan importante poner en práctica el consejo proverbial que nos dice: «El que encubre sus pecados no prospera; el que los confiesa y se aparta de ellos alcanza la misericordia divina» (Prov. 28, 13). Así como Pedro produjo misericordia y llegó a ser héroe de la fe, también nosotros podemos experimentar la victoria al confesar nuestras faltas y apartándonos de ellas.