“El Señor mira desde el cielo y ve a todos los hombres; desde el lugar donde vive observa a los que habitan la tierra; él es quien formó sus corazones y quien vigila todo lo que hacen” (Salmos 33:13-15).
La relación persona a persona es uno de los desafíos más fuertes que tenemos los seres humanos. Todos poseemos un mundo interno y un mundo externo. El mundo interno está conformado por las sensaciones, las emociones y los pensamientos. Por su parte, el mundo externo tiene que ver con el entorno y está conformado por personas, cosas y por la respuesta que damos a los estímulos que vienen del exterior, que nuestro interior codifica e interpreta. Cabe decir en este momento que no hay dos personas que sientan y actúen de la misma manera frente a los mismos estímulos.
En este sentido, las relaciones humanas son un arte que hay que cultivar. Esto puede realizarse a través de la relación dialogal, término desarrollado por el filósofo Martin Buber, donde el yo y el tú se abren al diálogo, y donde cada persona confirma en la otra su valor personal, reconociéndola como un ser igual, aunque haya discrepancia en la forma de codificar lo que pasa en el interior y en el entorno de cada una.
Las mujeres vivimos intensamente las emociones experimentadas y, a veces sin filtro, las codificamos en pensamientos que expresamos con rapidez y que finalmente se convierten en acciones. Por el contrario, los varones viven sus emociones con intensidad en su interior, pero su respuesta al exterior es a veces mínima. En realidad, ninguno tiene ventaja sobre el otro; simplemente son diferentes. Es aquí donde debemos tomar la decisión de cultivar un espíritu de aceptación incondicional hacia lo que los demás piensan, sienten y hacen.
Hoy debemos examinar nuestro mundo interior. Las emociones y los sentimientos dolorosos que hemos guardado porque no han sido expresados pueden transformarse en armas que hagan daño a otros. Es tiempo de reconocer con humildad que el entorno no es culpable de lo que sientes; es solo tu visión borrosa lo que distorsiona la realidad. No califiques a los varones como insensibles y apáticos; mejor sería proveerles de un espacio donde puedan manifestar lo que sienten y cómo interpretan el entorno sin ser juzgados.
La aceptación incondicional, la sensibilidad y la empatía son virtudes que tu familia necesita recibir de ti y, si no puedes desarrollarlas por ti misma, pídelo a Dios en oración.