Miércoles 3 de Mayo – Dios te ve – Matinal Jóvenes

 «Entonces dio Agar a Jehová, que habló con ella, el nombre de: “Tú eres el Dios que me ve”. Porque dijo: “¿Acaso no he visto aquí al que me ve?”» Gén. 16:13


Nicole Johnson relata una historia realmente inspiradora, Había una madre que se encontró en un mal momento existencial. Poco a poco, se había dado cuenta de que era invisible para la mayoría de los miembros de su familia. Podría gritar todo lo que quisiera para que sus hijos bajasen el volumen de la televisión, y no la escuchaban. Su hijo pequeño, cuando lo acompañaba a la escuela, decía que había ido solo. Si acudía a una fiesta con su marido, se convertía en una convidada de piedra porque él no le hacía ningún caso y se dedicaba a hablar con los demás. Había, por tanto, llegado a la conclusión de que era invisible.

Un día fue a una reunión con amigas. Allí se encontraba, recién llegada de París, una de las más cercanas. Hablaba de lo fantástico del viaje, de lo romántico, del pasear por aquellas calles junto al Sena y de lo glamuroso de las tiendas de moda. En un momento dado se acercó hasta ella y le regaló un libro sobre catedrales. En la dedicatoria su amiga le recordaba que quizá muchos no se darían cuenta, pero que ella, como esas catedrales, estaba construyendo algo transcendente. Ella miró, entre lágrimas, cada muro catedralicio, cada arbotante, cada pequeño detalle. Y, en una de las notas, descubrió la respuesta de un artista que realizaba una escultura no demasiado visible. Cuando le preguntaron cómo trabajaba con tanto denuedo si casi nadie iba a ver su obra, respondió: «Pero Dios lo ve.» Esas palabras calaron en lo más profundo de esa mujer porque tenía la constancia de que no era invisible, de que Dios la veía.

¿Te tiene sentido invisible? ¿Has pensado que todo lo que hacías por los demás no era apreciado? Yo, en algunas ocasiones, sí, y reconozco que ha sido muy consolador saber que Dios me ve. A Agar le pasó algo similar. Estaba sin recursos e indefensa en un espacio desolado. No tenía quién la amparase, nadie que la cuidara. Nadie que mirase por ella y, cosas del cielo, en un momento lo vio a él. Y ver a Dios cambia todo porque sentimos que su presencia es real y que sus promesas se cumplirán. Dios tampoco debería ser invisible a nuestras miradas porque no me parece justo. Hace tanto por nosotros que, como mínimo, debemos ser conscientes de cómo actúa en nuestras vidas.

Dios te ve, ¿tú le ves? Ojala que si. Ojalá que todos seamos menos invisibles.

Radio Adventista

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