Viernes 4 de noviembre 2016. Devoción matutina damas – “La sexualidad”
«¡El fuego ardiente del amor es una llama divina!» (Cant. 8:6).
“Mi amado es mío, y yo soy suya”. La Sunamita
EL CANTAR DE los Cantares es un libro que ha despertado reticencias a la hora de aceptarlo como inspirado, al menos sin pensar que ha de ser como una metáfora de la relación de Cristo con su Iglesia. De hecho, no fue hasta Calvino, bien entrada la Reforma protestante, que comenzó a interpretarse como un cántico al amor humano, una exaltación de la sexualidad.
A veces nos cuesta ver el sexo como lo que es y abrir nuestra mente a su pleno disfrute, condicionadas como estamos por la cultura, la tradición y la educación de nuestros padres. Pero está claro que, para Dios, nuestra sexualidad es tan importante como otros aspectos de la salvación. Y este libro, que forma parte del canon bíblico, nos orienta, inspira y ayuda. Cantares presenta el ideal divino respecto al amor sexual entre un hombre y una mujer. Ese ideal tiene, al menos, las siguientes características, tal como se desprende del libro:
La autoestima. Antes de lanzarse a la vida en pareja hay que tener buena autoestima, confiar en nuestra belleza y valía personal, como la Sunamita (Cant. 2: 1, 16). Si no, resultará casi imposible desinhibirse sexualmente, evitar los celos y gozar del amor.
El noviazgo. Nada más natural para los enamorados que desearse mutuamente: «¡Ah, si me besaras con besos de tu boca!»; «¡Llévame en pos de ti!» (Cant. l: 2, 4, RV95). Disfrutar del tiempo de atracción y conocimiento mutuo es una bendición a la vez que una oportunidad idónea para comprobar si existen el respeto y el deseo necesarios para dar el siguiente paso. Pero eso sí, el sexo viene después. El placer de la sexualidad ha de ser un «jardín cerrado, cerrada fuente, sellado manantial» (Cant. 4:12) hasta el casamiento. Puede que no esté de moda, pero es una clave del éxito matrimonial.
El matrimonio, relación difícil donde las haya, debe ser adornado con el cruce diario de expresiones cariñosas que, como culminación natural, conducen a la experiencia sexual satisfactoria. A todas nos sucede, como le sucedía a la Sunamita, que «¡al oírlo hablar sentí que me moría!» (Cant. 5:16). Los protagonistas de Cantares no escatimaron en cumplidos y alabanzas hacia el otro (5:10-16; 6: 4-10; 7: 1-9), y gozaron de una sexualidad plena.
El sexo no es nada sucio ni vulgar, sino un don de Dios que podemos disfrutar sin temor ni vergüenza, siempre y cuando esté regido por los principios divinos.