DIOS ESTÁ SOLO A UNA ORACIÓN DE DISTANCIA
“Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes” (Éxo. 14: 13).
Nuestra familia nunca olvidará el 8 de junio de 1988. Yo era una joven madre de dos niños, de tres y cinco años, y estábamos esperando que su papá, mi esposo, volviera a casa de las reuniones a las que había asistido en Bangalore. Era viernes de tarde. Estaba ocupada con las preparaciones para el sábado. Pasó el tiempo y él no llegaba. Finalmente, a eso de las nueve de la noche, lo vimos en la puerta, con su ropa desgarrada y arrugada. Quedé petrificada ante la vista y me quedé mirándolo con la boca abierta.
-¡Valsa, abre la puerta! -exclamó.
Eso me hizo reaccionar y corrí a hacerlo.
Entonces, nos contó del terrible accidente de tren en Quilon, donde se cruza Ashtamundi, el más grande de los ocho lagos. Mi esposo y el presidente de la iglesia en esa región estaban charlando en el tren cuando sintieron un movimiento extraño. Antes de que nadie se diera cuenta de lo que sucedía, se encontraron inmersos en el agua, que entró rápidamente por las ventanillas del tren cuando este descarriló y cayó al lago. Las personas quedaron atrapadas adentro, como ratas. Por 45 minutos, mi esposo estuvo colgado de un ventilador, gritando y orando, pidiendo a Dios que lo salvara. ¡Cuán cierto es el dicho: “Dios está solo a una oración de distancia”! Finalmente, unos hombres que estaban pescando cerca fueron al rescate, rompieron las barras de la ventanilla del tren y lo sacaron.
Él quedó atónito, al ver los cientos de muertos en la orilla. La mayoría se había ahogado en los vagones totalmente sumergidos. Entre los pocos sobrevivientes, estuvieron mi esposo y el presidente de la iglesia de esa región. Las manos del Dios omnipotente los mantuvieron a salvo, mientras que 1.500 personas murieron en ese lugar. Los periódicos y la televisión hablaron del horrible accidente. Como dijo Dios: “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas” (Isa. 43: 2).
Dios preservó la vida de mi esposo para que viviera y trabajara para él. Veinticuatro años después, todavía recuerdo ese terrible día y, cuando lo hago, entono el canto que presenta a Dios como tan bueno, tan fuerte y poderoso que no hay nada que él no pueda hacer. Ese mismo Dios vive hoy y es capaz de salvar donde sea.
Amigos: si él pudo hacer este milagro por nosotros, ¿no crees que sea lo suficientemente amable como para hacerlo para ti también? ¡Sí, sí, sí!
VALSA EDISON