LA ESPOSA DE LOT
LA GRACIA Y LA NEGOCIACIÓN
Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal. Génesis 19:26.
Esta historia nos enseña que con Dios se puede negociar… hasta cierto punto. Ya Abraham había negociado, desde cincuenta hasta diez, el número de fieles por los que Dios no destruiría Sodoma. Pero no hubo diez justos. Y los ángeles que le revelaron a Lot el destino de Sodoma tuvieron que negociar con él, pues Lot no quería irse de la ciudad. Cuando vio aquellos hombres que, cual lobos hambrientos, pretendían llevarse a sus huéspedes, salió a negociar con ellos, y les ofreció a sus hijas vírgenes con tal de que respetaran a sus visitantes. En este gesto tan insensible hacia sus propias hijas inocentes, Lot reveló el alcance de su propio envilecimiento. Aun así, Dios tuvo misericordia de Lot y de su familia por causa de Abraham.
Este es el contexto en que encontramos a los ángeles de Dios: rescatan a Lot de la turba que lo amenazaba con matarlo, y le ofrecen la oportunidad de salvar a los jóvenes que serían sus yernos; pero estos no lo tomaron en serio (Génesis 19:14). Tal vez la mujer de Lot tampoco.
Estaba por amanecer, y Lot, su esposa y sus dos hijas se resistían a salir. Esto nos hace sospechar que la esposa y las hijas le rogaban al esposo y padre que no las sacara de ese lugar donde se habían criado y vivido tantos años. ¡Cómo dejarlo todo por una “falsa alarma”! Todo esto estaría dándole vueltas en la cabeza a la mujer de Lot cuando los ángeles, “conforme a la misericordia del Señor” (vers. 16, RV00), los agarraron de la mano y salieron corriendo. Aun ante la urgencia de los ángeles, que le decían “¡Escapa al monte, no sea que perezcas!” (vers. 17), ¡Lot todavía estaba negociando (vers. 18-20)! Quería satisfacer los deseos de su esposa y de sus hijas.
Pero no fue suficiente para la señora de Lot. ¿Quién era ese Dios que le quitaba tan repentinamente todo lo que ella valoraba? ¿Qué derecho tenía Dios de destruir sus propiedades? Tal vez fueron esos pensamientos los que la hicieron mirar atrás y convertirse en estatua de sal.
En su misericordia, Dios nos permite negociar con él, pero al fin hay que obedecerlo, porque sus mandamientos siempre son para nuestro bien. –LMG