«Si quieres, puedes limpiarme»
«Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”» (Lucas 5: 12).
ESE HOMBRE LEPROSO había escuchado que Jesús estaba en su pueblo. Corrió hacia él y, antes que se acercara otro enfermo, se inclinó a tierra y le pidió que lo limpiara. Con ese gesto, el leproso estaba reconociendo su estado pecaminoso y su indignidad. Comprendía que de la voluntad de Jesús dependía el futuro de su vida.
La lepra, en el tiempo de Jesús, era una enfermedad incurable y contagiosa, que llenaba de temor al pueblo, porque todos los que la padecían tenían que ser aislados de la sociedad y abandonar a su familia. Lo que es peor, estaban condenados a una vida de soledad y dolor hasta que las llagas fueran curadas, o a morir solos en medio de otros leprosos. El leproso del tiempo de Jesús es un prototipo del enfermo más necesitado en la actualidad, o de una persona desdichada que no tiene quién le dé la mano, y Jesús llega y lo toca para sanarlo. Entonces, puede incorporarse a la sociedad y recuperar su vida, para encontrar de nuevo paz y felicidad. Solamente Jesús puede lograrlo. Él es la única esperanza para el pecador.
Cristo Jesús, lleno de misericordia y amor, miró al leproso y le dijo: «Quiero, sé limpio». De forma sorprendente quedó curado en el acto. Después de presentarse ante el sacerdote para que este certificara su sanación, pudo disfrutar nuevamente de la compañía de sus seres queridos.
Cuando nos acercamos con humildad a Jesús, creyendo firmemente en su poder y anhelando ser perdonados y limpios de todo pecado, él puede sanar y restaurar nuestra vida.
La obra de Cristo al purificar al leproso de su terrible enfermedad es una ilustración de su obra de limpiar el alma de pecado. […] Su presencia tiene poder para sanar al pecador. Quien quiera caer a sus pies, diciendo con fe: “Señor, si quieres, puedes limpiarme,” oirá la respuesta: “Quiero: sé limpio”» (E. G. White, El Deseado de todas las gentes, pág. 231).
Si Cristo estuvo dispuesto a morir por nosotros en la cruz, seguramente hoy estará dispuesto a concedernos el perdón y sanarnos. Hoy vayamos a él, caigamos a sus pies, y digamos: «Señor, si quieres, puedes limpiarme».