El clamor de medianoche
“A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ahí viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!'” (Mat. 25: 6).
Mi hija tenía unas cortas vacaciones y estábamos Camino a Jamaica, para celebrar el cumpleaños número 83 de mi mamá. Tenía el regalo perfecto: un intrincado broche de plata, que sabía que le encantaría. Pedí en la recepción del hotel que me llamaran por teléfono a las cuatro de la mañana para despertarme, pues debíamos estar en el aeropuerto dos horas antes para realizar un vuelo internacional.
Mientras dormía, sentí que sonó el teléfono. ¿Será ya la hora de levantarme?
-¿Cheryl? -era mi hermano, desde Canadá-. Tengo malas noticias. Mamá murió mientras dormía.
De repente estaba completamente despierta. ¿De qué estaba hablando mi hermano? ¿Mamá murió? ¿Cómo puede ser? Había hablado con ella el día anterior confirmando mi vuelo y me pareció que estaba bien. No podía creerlo y las lágrimas corrían por mis mejillas.
Más tarde, me contaron que en su último día mamá había cocinado mis comidas preferidas, visitado a una mujer enferma y cantado “Dulce oración” en su culto vespertino. Murió a la medianoche, mientras dormía, sonriendo.
Meses después, encontré una comparación con la parábola de las diez vírgenes. Así como mi mamá se preparó para mi llegada, las primeras cinco vírgenes se prepararon para la llegada del novio. Las otras cinco no estaban preparadas, ya que pensaban que estaban listas o que tendrían suficiente tiempo para prepararse. “Las insensatas dijeron a las prudentes: ‘Dennos un poco de su aceite porque nuestras lámparas se están apagando’. ‘No -respondieron estas-, porque así no va a alcanzar ni para nosotras ni para ustedes. Es mejor que vayan a los que venden aceite, y compren para ustedes mismas'” (Mat. 25: 8, 9).
Ahora dedico mi tiempo a prepararme y esperar a que Jesús regrese. Quiero vivir mi vida como si en solo un par de horas saliera el vuelo que me llevará “al hogar”. Quiero que mi destino final sea el cielo. ¿Qué estás haciendo tú? ¿Durmiendo, como las cinco vírgenes que pensaron tener suficiente aceite, o preparándote, como las otras cinco?
Quiero volver a ver a mi preciosa madre, Leila McGil-Henry. La extraño mucho. Pero aún más quiero ver el rostro de Jesús. Continuemos preparándonos para su regreso y que, cuando venga, no lo escuchemos decir: “Aléjense de mí, no las conozco”, sino “Bien hecho, mi buena sierva fiel”.
CHERYL HENRY-AGUILAR