SERVICIO
Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la Palabra. 2 Timoteo 4:1, 2.
Ese día hubo un linchamiento en Listra, ciudad de Asia Menor. Un forastero realizó un milagro. La gente lo aclamó al punto de adorarlo, pero pronto lo atacó. El forastero era Pablo, apóstol del cristianismo. Los hechos ocurrieron así:
“Cierto hombre de Listra estaba sentado, imposibilitado de los pies, cojo de nacimiento, que jamás había andado. Este oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él sus ojos, y viendo que tenía fe para ser sanado, dijo a gran voz: Levántate derecho sobre tus pies. Y él saltó, y anduvo” (Hech. 14:8-10).
La gente comenzó a gritar: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros” (vers. 11). Hasta el mismo sacerdote de Júpiter se entusiasmó. Su dios había descendido a visitarlos. Entonces “trajo toros y guirnaldas delante de las puertas, y juntamente con la muchedumbre quería ofrecer sacrificios” (vers. 13). Los apóstoles no podían permitir tal forma de reverencia y adoración. Por aceptar la honra que solo Dios merece, Herodes había muerto “comido de gusanos” (Hech. 12:23). Ellos no buscaban su propia gloria.
“Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay… Y diciendo estas cosas, difícilmente lograron impedir que la multitud les ofreciese sacrificio” (Hech. 14:14-18).
Listra estaba atento. El poder del Espíritu podía hacer nuevas maravillas. Pero entonces ocurrió algo que transformó las ovaciones en insultos. Unos judíos venidos de Antioquía e Iconio se abrieron paso entre la multitud, gritando que los apóstoles pregonaban una superstición peligrosa. La gente quedó pasmada. Al fin, saliendo de su estupor, cambiaron las guirnaldas por piedras y atacaron al apóstol Pablo. “Y habiendo apedreado a Pablo, le arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto” (vers. 19). Cuando la multitud se hubo marchado, llegaron los discípulos, y el mártir se levantó y regresó a la ciudad (vers. 20).
Volemos alto en Cristo para tener la fe de los apóstoles.