LA ACTITUD DE ORACION
“Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil. 4:6).
¿No has notado que, a veces, es más fácil mantener una actitud de oración si tu día no está yendo muy bien? Hace poco, tuve uno de esos días. El miércoles de mañana me enteré de que una amiga de 44 años había fallecido. Esa tarde, en el culto de oración de la iglesia, algunos amigos notaron que el líquido de transmisión de mi auto estaba goteando. Decidieron que podría llegar manejando hasta mi casa, pero que no debía usar el auto de nuevo hasta que fuera reparado. A la mañana siguiente, me informaron que el funeral de mi amiga se llevaría a cabo ese domingo. Inmediatamente me estresé. No tenía medio de transporte, y ya había prometido hacerme cargo de la comida para la familia de mi amiga fallecida y las demás personas que asistieran. Recurrí a la oración: “Querido Señor, tenemos que hablar. Necesito de tu ayuda”.
Alquilé un auto el viernes de mañana por un precio especial de fin de semana, y al devolverlo descubrí que, después de todo, solo debía pagar la mitad del precio publicado. Lo primero de mi lista era pasar por el banco para retirar efectivo, pero cuando busqué mi carnet de identidad, no lo encontré. Busqué en el auto, por si se me había caído, y volví a revisar todo. Pero nada. “Señor, ayúdame, por favor”, oré, desesperada. Apenas terminé de orar, una dama muy amable que estaba en la siguiente ventanilla se acercó a ayudarme. Finalmente, lo encontramos todo.
Cuando traté de seguir mi camino, el volante del auto alquilado se había trabado y no podía manejar. Con una oración en la mente, llamé a la agencia de alquiler. La persona indicada pudo dictarme paso a paso lo que debía hacer para solucionar el problema. Un poco más tarde, otro caballero me mostró cómo agregar líquido de transmisión a un motor en reposo. Parecía que los ángeles me estaban ayudando en cada paso. Cuando volví a casa, encontré una tarjeta inesperada de una amiga, que decía que se preocupaba por mí y que me consideraba alguien especial. Y así terminó un día que había comenzado terriblemente mal. Pude recordar que un Dios amante, que escucha nuestras oraciones, honra una actitud de oración a lo largo del día.
Dorothy Wainwright Carey