“Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mateo 2:11).
La visita de los magos de Oriente ha sido motivo de asombro por la perseverancia de su búsqueda, la pureza de su creencia y la generosidad de su entrega. Hay países en los que se entregan más regalos en su memoria que los que se entregan en Navidad.
El encuentro de estos sabios con Jesús, al igual que el de los pastores, fue un encuentro sin diálogos para recordar, pero con muchas lecciones para aprender.
La familia de Jesús era de bajos recursos y contaba solo con lo necesario. Aunque hoy muchas familias reciben a sus bebés con abundancia de regalos, varias prendas de ropa, juguetes y cómodas habitaciones destinadas exclusivamente a ellos, la infancia de Jesús no tuvo este cariz. Elena de White nos dice que el regalo que trajeron los magos fue el primero depositado a los pies de Jesús (El Deseado de todas las gentes, p. 46). Dios bendijo este regalo. Sabía que venía de un corazón sincero y esforzado, y multiplicó este generoso donativo.
“Aquel que había hecho descender maná del cielo para Israel, y había alimentado a Elías en tiempo de hambre, proveyó en una tierra pagana un refugio para María y el niño Jesús. Y, mediante los regalos de los magos de un país pagano, el Señor suministró los medios para el viaje a Egipto y la estada en una tierra extranjera” (ibíd.).
Recuerdo un antiguo video que se compartía al momento de juntar las ofrendas, que mostraba imágenes de personas sentadas en los bancos de la iglesia que extendían sus manos para colocar su ofrenda en el alfolí. Luego se veía a un misionero que llegaba a diferentes tierras lejanas y, en ese alfolí, cargaba los elementos que esas ofrendas habían ayudado a adquirir, por ejemplo: Biblias, kits de limpieza, útiles escolares, etc. Con ese breve, pero poderoso mensaje, podíamos imaginar más fácilmente el destino que tendrían nuestras ofrendas, y también nos hacíamos más conscientes de que, lo que puede parecer algo no tan grande a nuestra vista, en otros lugares tiene mucho más valor, y Dios siempre puede multiplicarlo y darle el uso más necesario.
Hoy tu encuentro con Jesús puede ser de pocas palabras, pero con una entrega que, aunque pequeña, puesta en sus manos, sea de bendición para otros más adelante.