DEDICACION
“Muéstrate siempre celoso en el temor del Señor” (Prov. 23:17, NVI).
La temperatura pasaba los 40°C ese húmedo día de verano en Little Rock, Arkansas. Entonces, ¿por qué estábamos sentados bajo los rayos del sol, en ta tarde tan sofocante? Porque Skeeter, nuestro tercer nieto, estaba jugando en el Campeonato de Pequeñas Ligas de Béisbol de Arkansas. Estábamos allí para apoyarlo, a él y a sus compañeros: niños y niñas. La forma en que estos pequeños jugadores golpeaban la pelota, corrían y jugaban en el campo, nos impresionaba. Aunque estuvimos de acuerdo en que todos los niños eran campeones, nuestro nieto estaba en el centro de nuestra atención; y en nuestra opinión, era el mejor de todos, especialmente cuando saltó en el aire para atrapar una bola rápida.
Y ¡con cuánta pasión jugaban los niños! Tres partidos en ese calor, con descansos de tan solo quince minutos entre partidos. Corrían. Lanzaban. Golpeaban la pelota. Atrapaban la pelota. Todo, sin quejarse. ¡Cuánto fervor! ¡Cuánta dedicación!
Mirar todas esas jugadas, tan concentradas y apasionadas, me hizo reflexionar: ¿Qué pasaría si los cristianos pusieran tanta dedicación en testificar por Jesús como estos pequeños ponen en el béisbol? ¿No estaría el mundo mejor preparado para la venida de Jesús? Pero entonces lo hice personal, y me pregunté: “Con respecto a las actividades para llegar a la comunidad, ¿no me comprometo porque hace demasiado calor… demasiado frío… o demasiado fuera de mi zona de confort ¿Qué haría, si alguien me hiciese una pregunta que yo no pudiera contestar?” O “Mis vecinos ya pertenecen a la iglesia (completa el espacio), así que, no van a querer escuchar lo que yo tengo para decir”. O quizá: “Ya he tratado de testificar antes, pero nadie quiere escuchar ni aceptar literatura”.
Elena de White escribió cierta vez: “Debe hacerse un esfuerzo ferviente y perseverante para lograr la salvación de aquellos en cuyo corazón se ha despertado el interés. Muchos pueden ser alcanzados solamente por actos de desinteresada bondad. […] Cuando vean una evidencia de nuestro amor abnegado, les será más fácil creer en el amor de Cristo” (Servicio cristiano, p. 143).
Y ahora me pregunto a mí misma: “¿Cuán difícil es ser ferviente en realizar actos de desinteresada bondad? Amiga, ¿por qué no aprender de nuestros hijos? Si usáramos tan solo el diez por ciento del fervor de estos jóvenes jugadores, como Dios nos pide, movilizaríamos al mundo por Jesús. Ya es hora.
Bárbara Lanktora