SERES RELACIONALES
“Cuando Jesús vio a su madre al lado del discípulo que él amaba, le dijo: Apreciada mujer, ahí tienes a tu hijo” (Juan 19:26, NTV).
Hoy es un día histórico, al menos para mí y dos de las tres mujeres más importantes de mi vida: mi mamá y mi esposa. Ambas nacieron un 24 de noviembre (mi hija, Julieta, la tercera, no coincidió con esta fecha). Semejante coincidencia facilita que recuerde estos importantes eventos, porque mi esposa hace algún comentario sobre el cumpleaños de mi madre o porque mis hijos preguntan qué le regalaremos a mamá en su cumpleaños. Así, recordar ambos al mismo tiempo es una ventaja para mí, que suelo olvidar esos acontecimientos.
Reflexiono sobre el papel que ambas desempeñaron y siguen teniendo en mi vida. Educadora de alma, armada de una paciencia infinita para con los demás, mi mamá modeló un relacionamiento pacífico y constructivo desde mi infancia. Su pasión por la iglesia todavía me acompaña, como legado. Trabajadora incansable, supo darse por los demás hasta donde el yo sangra por dentro, pero la felicidad de hacer el bien a otros es más fuerte.
Claudia, mi esposa, recibió mi amor y mi afecto, pero además, mis defectos y mis aristas ya endurecidas. Su amor incondicional y su perspectiva pura y sincera de la vida me hicieron crecer donde no había visto necesidad. El amor fue más íntimo, pero también más frágil. Aprendí que eso que llamamos amor necesita ser nutrido, para que no vaya apagándose. Cuando es poderosa, esa llama enternece el corazón y nutre los huesos. Ella me tuvo más paciencia que nadie. Aunque enfrentamos tormentas y tempestades, seguimos queriendo capear juntos el temporal, buscando la conducción del gran Capitán.
Cuando creí haber experimentado todos los matices del amor, apareció nuestra hija, Julieta. Aunque en muchas ocasiones representa una incógnita para mí (puedo reflejarme mejor en las etapas del crecimiento de mi hijo, Gabriel), sabe bien cómo tratarme. Sabe qué fibras íntimas tocar para pedirme algo. Conoce el poder de un abrazo, de un beso, de un “Papito, te quiero mucho”.
Creados a imagen y semejanza de Dios, somos seres relacionales por naturaleza. Esa imagen y semejanza se completa y perfecciona en el otro (marido y mujer). Además, Dios instituyó de manera tal el desarrollo psicoevolutivo de nuestra identidad que lo que somos se lo debemos a quienes están más cerca de nosotros. Cristo entendió esto, y en sus últimos momentos antes de morir en la Cruz, encargó a su madre a su mejor amigo.
Hoy, decide mostrar amor incondicional a quienes te rodean. ¡Fuiste creado para eso!