UN ABRAZO AL PERDEDOR
“Al oír Labán las noticias acerca de su sobrino Jacob, salió a recibirlo y, entre abrazos y besos, lo llevó a su casa”(Génesis 29:13, NV).
El Día Olímpico se introdujo en 1948, para conmemorar el surgimiento de los modernos Juegos Olímpicos, organizados el 23 de junio de 1894, en la Sorbona, de París. Ese día, se determinó el relanzamiento de los Juegos, que ocurriría en la ciudad de Atenas, Grecia, en 1896.
Por eso, el 23 de junio es el Día Olímpico. Su objetivo es difundir los ideales olímpicos como la lealtad, la hermandad, el esfuerzo, la amistad y la paz, entre otros.
Bien vale recordar lo ocurrido el 14 de febrero en los Juegos Olímpicos de invierno 2014, realizados en Sochi (Rusia).
Esta es la historia del peruano Roberto Carcelén, de 43 años, quien compitió en la prueba de 15 km de esquí de fondo, con dos costillas rotas. Él sabía que estos serían sus últimos Juegos Olímpicos, por eso tomó la decisión de correr igualmente la carrera, aunque días antes de la competencia se quebró las costillas.
Roberto terminó la carrera en 1 hora, 6 minutos y 28 segundos. Ocupó el puesto número 87, pero superó a cinco atletas que no terminaron, y quedó a once minutos del clasificado en el lugar 86 el nepalí Dachhiri Sherpa.
Sin embargo, sucedió algo que no estaba en los planes. Cuando Roberto cruzó la meta, el nepalí fue rápidamente a abrazarlo. Pero no se acercó solo. El suizo Darío Cologna, ganador de la carrera, también se llegó hasta él para abrazarlo.
Se me cayeron las lágrimas, al ver a tres atletas profesionales embargados de emoción, sobre la helada pista de Sochi. Porque este no fue un abrazo común: era un abrazo que marcaba caballerosidad deportiva y que reforzaba el noble acto de la superación humana en una momento adverso.
Como Labán a Jacob, Dios quiere abrazarnos y llevarnos a casa. Este es un mundo helado y frío. Hay relaciones frías, personas frías, circunstancias frías. Tenemos costillas quebradas, sueños rotos, esperanzas deshechas.
Hoy puede ser un día histórico. Dios viene corriendo para abrazarnos. Nos dice tres palabras: “No te rindas”. Dos palabras: “Sigue adelante”. Una palabra: “Ánimo” Tal vez, no seamos los mejores. Tal vez, acumulamos un extenso palmarés de fracasos. Tal vez, nos hemos quedado muy atrás. Sí, el pecado siempre nos hace retrasar. Pero Dios nos rodea con sus brazos. Nos calma. Nos perdona. Nos cobija. Nos da nuevas oportunidades.
“El abrazo de Cristo abarca a todo el mundo. Murió en la cruz para destruir al que tenía el poder de la muerte, y para erradicar el pecado de toda alma creyente” (Elena de White, Dios nos cuida, p. 265).