Viernes 22 de mayo – DIOS SALVA A LA PERSONA HUMILDE – DM. Damas

DIOS SALVA A LA PERSONA HUMILDE

«Tú salvas a los humildes, pero te fijas en los orgullosos y los humillas» (2 Sam. 22:28).

Se llamaba Jorge y era apenas una sombra del hombre que había sido. Confinado a una silla de ruedas, se lo podía ver ahora en la iglesia, hablando pacientemente con los hermanos, lejos ya de las palabras groseras que por años le había gustado proferir. Él, que una vez había sido un hombre rico, de porte elegante, alto y fuerte, soberbio y de paso firme y con ojos altivos… Su vida había sido un ir y venir respecto a la iglesia, por causa de la disconformidad que sentía con sus dirigentes. Incesantemente los criticaba y les hablaba como desde un pedestal de superioridad. No se había entregado a Dios. Cuando la cruel enfermedad llegó a su vida, se convirtió para él en tremenda lección de humildad.

Esta es una realidad de la vida que aprendí hace tiempo: la soberbia humana se acaba cuando un médico nos da la dura noticia de que tenemos una enfermedad terminal; cuando una transacción comercial echa al traste todas las ganancias adquiridas en años; cuando un ser querido muere sin que podamos hacer nada por impedirlo; en resumen, cuando la dura prueba llega a la vida. El dolor humano es muchas veces la oportunidad de Dios. Y la utiliza, porque él desea que seamos humildes; esa es la puerta de entrada para la salvación.

¿Qué es exactamente ser humilde? El diccionario lo dice muy clarito: la humildad es la «virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo con este conocimiento. / Sumisión, rendimiento». Ser humildes es darnos cuenta de que somos sencillamente humanas, por lo tanto, imperfectas y necesitadas de que Dios nos refine y transforme. Ser humildes es sabernos débiles en cuanto a lo que nuestras propias fuerzas se refieren, pero sabernos fuertes cuando dependemos de Dios. Ser humildes es someter nuestra vida a él y rendir nuestra voluntad a la suya.

No hay duda de que Dios ve las cosas de un modo diferente al nuestro. Para él, «el altivo será humillado, pero el humilde será enaltecido» (Prov. 29: 23, NVI). Por eso nos toca elegir. ¿Qué queremos, ser altivas mientras la vida no nos de esa lección definitiva de humildad? ¿O ser humildes siempre y con todos, y esperar a que sea Dios quien nos enaltezca cuando y donde él considere? No sé tú, pero yo me quedo con la opción dos.

Radio Adventista

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