DE VISITA EN OTROS MUNDOS
«El Señor hizo las Pléyades y el Orión, convierte en aurora las densas tinieblas». Amós 5: 8, NVI
EL CIELO ES UN LUGAR AGRADABLE. Yo anhelo estar allí y contemplar a mi amado Jesús, que dio su vida por mí, y ser transformada a su gloriosa imagen. ¡Oh, quién me diera palabras para expresar la gloria del impresionante mundo venidero! Estoy sedienta de las vivas corrientes que alegran la ciudad de nuestro Dios.
El Señor me mostró en visión otros mundos. Me fueron dadas alas y un ángel me acompañó desde la ciudad a un lugar hermoso y glorioso. La hierba era de un verde vivo y las aves trinaban un dulce canto. Los moradores de aquel lugar eran de todas las estaturas; eran nobles, majestuosos y hermosos. Llevaban la manifiesta imagen de Jesús, y su semblante resplandecía de santo júbilo como expresión de la libertad y dicha que disfrutaban. Pregunté a uno de ellos por qué eran mucho más bellos que los habitantes de la tierra, y me respondió: «Hemos vivido en estricta obediencia a los mandamientos de Dios, y no incurrimos en desobediencia como los habitantes de la tierra».
Después vi dos árboles, de los cuales uno se parecía mucho al árbol de vida de la ciudad. El fruto de ambos era hermoso, pero no debían comer de uno de ellos. Hubieran podido comer de los dos, pero les estaba prohibido comer de uno. Entonces el ángel que me acompañaba me dijo: «Nadie ha probado aquí la fruta del árbol prohibido, y si de ella comieran, caerían». Después me transportaron a un mundo que tenía siete lunas, donde vi al anciano Enoc, que había sido trasladado. Llevaba en su brazo derecho una resplandeciente palma, en cada una de cuyas hojas se leía escrita la palabra: «Victoria». Ceñía sus sienes una brillante guirnalda blanca con hojas, en el centro de cada una de las cuales se leía: «Pureza». Alrededor de la guirnalda había piedras preciosas de diversos colores que resplandecían más vivamente que las estrellas y, reflejando su fulgor en las letras, las magnificaban. En la parte posterior de la cabeza llevaba un moño que sujetaba la guirnalda, y en él estaba escrita la palabra: «Santidad». Sobre la guirnalda ceñía Enoc, una corona más brillante que el sol. Le pregunté si aquel era el lugar adonde lo habían transportado desde la tierra. El me respondió: «No es este. Mi morada es la ciudad, solo he venido a visitar este lugar». Andaba por allí como si estuviera en casa. Supliqué a mi ángel acompañante que me dejara permanecer allí. No podía sufrir el pensamiento de volver a este tenebroso mundo. El ángel me dijo entonces: «Debes volver, y si eres fiel tendrás con los 144,000 el privilegio de visitar todos los mundos y ver la obra de las manos de Dios».- Primeros escritos, cap. 4, p. 62.