EL RETIRO
“El Señor es mi pastor nada me falta; en verdes pastos me hace descansar. Junto a tranquilas aguas me conduce; me infunde nuevas fuerzas. Me guía por sendas de justicia por amor a su nombre. Aun si voy por valles tenebrosos, no tengo peligro alguno porque tú estás a mi lado, tu vara de pastor me reconforta” (Sal 23: 1-4).
Luego de tres años desafiantes de hacer malabarismos entre el trabajo, los estudios y las responsabilidades del hogar, finalmente me gradué de la escuela de posgrados. Uno de mis planes inmediatos, luego de la graduación, era tener un retiro espiritual. Quería pasar algún tiempo en soledad haciendo un examen de conciencia, en un centro de retiros en las bellas montañas de Malibú. Como dudaba de separarme de mi familia, me conformé con un fin de semana largo con ellos en Newport Beach. Fueron días de diversión familiar, oración y reflexión combinados. Al finalizar el fin de semana, pensé que había terminado mi retiro espiritual.
Una semana después, tuve una cirugía menor que se convirtió en una lucha por la vida. Estuve débil, adolorida y temblé debido a la fiebre alta por varios días. Durante mis noches en vela en el hospital, oraba constantemente pidiendo fuerzas y recuperación. Pedí a Dios que sanara cada célula infectada en mi cuerpo. Para prevenir pensamientos intrusos negativos, cantaba silenciosamente himnos de alabanza, oraba por los afligidos y meditaba acerca del perdón, perdonando al equipo médico por una probable negligencia que me causó 22 días de hospitalización: los días más angustiosos de mi vida. Me entregué a Dios muchas veces. Mi oración constante era “Hágase tu voluntad”. Lloré, al pensar que dejaría a mi esposo, a mi hija de nueve años y al resto de mi familia; pero encontré consuelo creyendo que estarían bien, bajo el cuidado de Dios. Miré un canal televisivo cristiano, el único canal que mis sentidos cansados aceptaban. Creo que esta fue una de las maneras en que Dios me hablaba.
En medio de todo esto, una voz me dijo que no estaba sola. Sentía que alguien más fuerte y poderoso que yo me estaba sosteniendo. Esto me dio suficiente fuerza para impulsar mi recuperación. En una de las visitas de control, mi médica me elogió por el valor que vio en mí, al pasar por una afección muy seria. Al mirar atrás, entendí que ese fue mi “retiro espiritual”. No fue en las montañas de Malibú, sino confinada en el hospital, y con Dios mismo. En las horas más oscuras pude tocar su rostro, oír su voz y tomar su mano. Realmente nuestra relación con Dios tiende a profundizarse en medio de las tribulaciones.
CLODY FLORES DUMALIANG