UN CORAZÓN ARDIENTE DE ESPERANZA
«Se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?» (Lucas 24: 32).
ANTES DE QUE JESÚS se revelara a los caminantes a Emaús, ellos estaban tristes y apesadumbrados por la muerte del Maestro, pero él les abrió las Escrituras y los animó con las promesas de la resurrección.
Los corazones de los discípulos se conmovieron. Su fe se reavivó. Fueron reengendrados en esperanza viva, aun antes de que Jesús se revelase a ellos. El propósito de este era iluminar sus inteligencias y fundar su fe en la palabra profética más firme. Deseaba que la verdad se arraigase firmemente en su espíritu, no solo porque era sostenida por su testimonio personal sino a causa de las pruebas evidentes suministradas por los símbolos y las sombras de la ley típica, y por las profecías del Antiguo Testamento. Era necesario que los discípulos de Cristo tuviesen una fe inteligente, no solo en beneficio propio, sino para comunicar al mundo el conocimiento de Cristo (E. G. White, El conflicto de los siglos, pág. 397).
El corazón de estos discípulos ardía por el poder de la Palabra de Cristo. Cuando él abrió las Escrituras y les relató las profecías, los discípulos despertaron a la verdad, el poder de su Palabra abrió el entendimiento, fortaleció su fe y aumentó su confianza en el Redentor del mundo. La compañía de Cristo en nuestra vida trae consuelo, esperanza y paz. Pero para que él nos acompañe en el camino hacia la vida eterna debemos invitarlo, porque él está interesado en estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Jesús nos dice: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3: 20).
Si logramos entender qué tan grande es el amor que mostró Cristo al morir por nosotros, podremos sentir cómo nuestro corazón es atraído hacia él. Como resultado, podremos cultivar santos deseos y firmes resoluciones para llevar una conducta digna de un verdadero cristiano. Tengo el profundo deseo de que en este día nuestros corazones ardan de alegría y esperanza en el regreso de Jesús.