«He aquí, pues, el bien que he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar de los frutos de todo el trabajo con que uno se fatiga debajo del sol todos los días de la vida que Dios le ha dado, porque esa es su recompensa» (Eclesiastés 5:18).
Una creencia arraigada en ciertas personas religiosas es que los creyentes vivimos en un mundo de dolor y que nunca deberíamos disfrutar de placer alguno. Sin embargo, la Biblia (Versión Reina-Valera) usa la palabra gozo ciento cuarenta y cinco veces, alegría noventa y cinco veces y regocijo o regocijaos veintiocho veces. El libro de Eclesiastés anima más de una vez a disfrutar del legítimo uso de la comida, la bebida y los frutos del trabajo de cada uno; un ejemplo es el versículo de hoy.
El sistema límbico está situado en la capa más profunda de nuestro cerebro. Se trata de un conjunto de estructuras importantísimas como el tálamo, la amígdala cerebral, el hipotálamo y el hipocampo, entre otros. Esta zona cerebral juega un papel fundamental en la memoria, que tiende a fortalecerse con las experiencias emotivas, sean positivas o negativas. Es la zona que gestiona el miedo y la agresividad, pero también es el centro del placer y el bienestar, un área esencial de la vida humana. Dios ha creado infinidad de experiencias agradables y placenteras para que sus criaturas las disfruten dentro de los límites de la conciencia, la razón y las ordenanzas divinas. Si bien es cierto que estamos llamados a sufrir en este mundo tocado por el pecado, también debemos recordar que tal sufrimiento puede mitigarse por medio de mecanismos legítimos que Dios mismo ha provisto.
Desafortunadamente, ese mismo centro del placer puede influir nuestra conducta de forma poderosa, como ocurre en el caso de las adicciones. Todas ellas, sean químicas o psicológicas, siguen un proceso similar. Suelen iniciarse por presión social y proporcionan placer temporal. Toda adicción sigue sus pasos: el hábito, la tolerancia, la obsesión, la compulsión y el síndrome de abstinencia. Finalmente, cuando el adicto se da cuenta de su difícil situación desea abandonar el ciclo; se da cuenta de que no puede y recae con frecuencia. El apoyo externo se hace necesario para el retorno a la normalidad, pues muy pocos pueden conseguirlo por sí solos. Quienes deseen quedar libres de estas ataduras, han de hacer lo que sea humanamente posible y Dios hará el resto, pues las Escrituras nos aseguran que «el Señor sabe librar de tentación a los piadosos» (2 Pedro 2:9) y es él quien solo puede aportar la solución definitiva.