EL PECADO YA NO ES ATRACTIVO
«Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida». Romanos 5: 10
ES LA JUSTICIA de Cristo lo que hace que seamos aceptables ante Dios y lo que hace posible nuestra justificación. No importa cuán pecaminosa haya sido nuestra vida, si creemos en Jesús como nuestro Salvador personal, podemos comparecer delante de Dios con las vestiduras inmaculadas de la justicia de Cristo.
La fe en Cristo puede dar vida al pecador que hasta hace poco estaba muerto en transgresiones y pecados. Mediante la fe podemos ver que Jesús es nuestro Salvador, y, vivo por los siglos de los siglos, puede salvar «perpetuamente a [todos] los que por él se acercan a Dios» (Heb. 7: 25). En el rescate realizado en nuestro favor, podemos darnos cuenta de la anchura, longitud, altura y profundidad del amor de Dios, podemos apreciar la plenitud de la salvación que ha sido comprada a un precio infinito, y al apreciar esta realidad nuestro espíritu se llena de alabanzas y gratitud. Contemplamos la gloria del Señor y somos transformados a su imagen por el Espíritu Santo. Vemos el manto de justicia de Cristo tejido en el telar del cielo, forjado por su obediencia y atribuido al alma arrepentida mediante la fe en él.
Cuando apreciamos los incomparables encantos de Jesús, el pecado deja de parecemos atractivo; porque contemplamos al Distinguido entre diez mil [ver Cant. 5: 10], a Aquel que es enteramente codiciable [ver Cant. 5:16]. Y entonces comprobamos por experiencia propia el poder del evangelio, cuya vastedad de designio es igualada únicamente por su preciado propósito.
Tenemos un Salvador vivo. No se halla en el sepulcro; resucitó y ascendió al cielo como sustituto y garante de cada alma creyente. «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1). Somos justificados por los méritos de Jesús, y este hecho da testimonio de la perfección del rescate que se ha pagado en nuestro favor. El hecho de que Cristo fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, garantiza la aceptación del pecador arrepentido por parte del Padre. Entonces, ¿nos permitiremos tener la experiencia vacilante de dudar y creer, creer y dudar? Jesús es la garantía de nuestra aceptación por parte de Dios. Tenemos el favor de Dios, no porque haya mérito alguno en nosotros, sino por nuestra fe en «el Señor, nuestra justicia» (Jer. 23: 6, LBA). […]
Estamos completos en él, «aceptos en el Amado» (Efe. 1: 6), únicamente si permanecemos en él por fe.— Fe y obras, cap. 16, pp. 142-144.